UNCA se sabrá con qué rostro sorprendería Javier Díaz a los asistentes al mercado medieval. Ayer y hoy debía haber instalado su puesto a los pies de la estatua de Martín Mendia, en la plaza de San Severino, para tallar una escultura en madera. “A veces me encargaban un personaje con antelación desde el Ayuntamiento, otras lo improvisábamos al llegar...” explica al teléfono desde su domicilio en el municipio de La Adrada, Ávila. Como para los artesanos que tomaban el casco histórico, el coronavirus ha frustrado sus planes de reencontrarse con los amigos que ha hecho en casi veinte años de viajes a Balmaseda para tomar parte en la feria y siembra de dudas su futuro profesional. Su sector “va a tardar en arrancar”, pronostica.

La de la villa encartada últimamente “ya era la única feria a la que acudo, porque sé que allí valoran mi trabajo; me siento muy bien tratado, hablamos de corazón y me he encontrado con gente que me entiende mejor que donde vivo”. Fruto de ese entendimiento, su colaboración se extendió a la elaboración del busto del poeta que preside la plaza León Felipe, así como los trofeos para el concurso de putxeras. Javier apenas ha podido pisar su taller durante la cuarentena y no se muestra demasiado optimista respecto a la vida post-covid-19. “Primero tratarán de encauzar la situación de empresas donde no haya riesgo de que se junte demasiada gente”, elucubra. Por si acaso, ha trazado un plan B: “en cuanto pueda, marcho una temporada a Inglaterra o Alemania, donde ya me conocen”. Pero con la meta de regresar al mercado medieval: “Vamos a salir de esta, ¡volveremos a vernos, Balmaseda!”.

“Si no se acaba el mundo, que cuenten con nosotros”, coincide Roberto Sala, de la banda de folk gallega Acibreira. La emergencia sanitaria “requiere que todos demos un paso al frente por un camino más justo, equilibrado y respetuoso con la naturaleza”. Desde el grupo se deshacen en elogios a la “gente maravillosa que hemos conocido en una feria de las buenas de verdad”. Balmaseda significaba el inicio de la temporada para la banda, que había cerrado su presencia en ferias “para todo el verano” en las que sus cinco componentes deleitan con música de época, ritmos folk y composiciones propias desde hace 25 años. ¿Cómo volverán los eventos multitudinarios? “Lo desconocemos, pero no puedo pensar que no vivamos otra vez como seres humanos”, sin olvidar que “dependemos del sector servicios en un 70%”.

El argentino afincado en Guadalajara Juan Ignacio Arranz se siente “muy a gusto” con cada visita por el carácter “abierto y alegre” de los balmasedanos. Junto con su mujer levanta desde hace diez años “un puesto de manoplas de depilación y otro donde vendemos puertas para el ratoncito Pérez”. En confinamiento “nuestra facturación ha caído hasta el 98%”, pese a que disponen de dos páginas web para enviar los productos a domicilio. A largo plazo, “algo de miedo va a quedar” a la hora de reanudar fiestas.

Al jienense Alfonso Palomares le “merece la pena cruzar España”. Solía invertir “seis horas” en armar su puesto de gominolas artesanas, tes e infusiones. Sobre la crisis económica, “esperemos que no se cargue al pequeño comercio, tengo que pagar el alquiler de una nave y la cuota de autónomos, mi mujer también es autónoma... sin contar la alimentación, se necesitan mil y pico euros al mes”. La valenciana Elizabeth Apra, que confecciona velas e imparte talleres con cera de abeja, destaca “la manera tan especial en la que la gente se vuelca”. “Los artesanos somos los más golpeados del sistema”, opina, pero confía en que “las calles recuperen su color”.

Lo hicieron gracias a las voces de Javi, Luis, Txipu y Txintxo. Siempre entonan una canción al terminar la representación popular, que adaptaron al coronavirus desde sus respectivos hogares en un vídeo editado por su compañera Irina y difundido ayer en redes sociales. “Un virus muy puñetero ha hecho que en casa me encueve. Un criminal carcelero es el covid-19. Todos debemos saber, habitantes del lugar, la villa de Balmaseda ya se va a desconfinar”, entonan, emplazando a la edición 2021.

Sin eventos, “mi facturación ha caído hasta un 98%”, señala Juan Ignacio Arranz, que solía desplazarse a la villa desde Guadalajara