Dos cristianos: César y Josu Leguina
El pasado 9 de agosto falleció Josu Leguina y sus amigos, aun sabiendo de su delicada salud, nos quedamos consternados.
Los Leguina ocuparán para siempre, un lugar importante en nuestras vidas, porque la vida no se acaba con la vejez, sino por el olvido. Ambos han sido para mí un serio referente, es mucho lo que les debo. Un recuerdo cariñoso también para el hermano mayor, Juan, fallecido en un accidente y para Julián, otro hombre extraordinario.
En los últimos 80 años de Deusto es imposible no encontrarse con los Leguina. Los años posteriores a la guerra son tiempos de tejer nuevas relaciones sociales, personales y familiares y los Leguina se involucran de lleno en la Acción Católica de jóvenes. La parroquia es el eje de la ingente tarea, de la mano de formidables curas como José León Jauregi y Victor Garaigordobil. Allí convivieron jóvenes universitarios de A.C con gentes de la HOAC, semillero de CC.OO. y con los de la JOC.
César, siempre pendiente de los jóvenes, y, especialmente a partir de la fundación de la asociación Lagun Artean, a la sombra de los Pasionistas, asume la dirección de esa institución.
En las décadas de los 80 y 90, visto el destrozo que la droga iba causando en Deusto, César, ayudado por un voluntariado valioso, fue atrayendo, desde Lagun Artean, a muchos de quienes necesitaban atención, cariño y cuidados. Había que ver, lo vi en muchas ocasiones, con qué amabilidad, cercanía y cariño trataba César a estos jóvenes.
Como el centro de San Felicísimo no era suficiente, contó con el afecto de Vicente Bilbao que acondicionó dos caseríos para que iniciaran una terapia de recuperación de la salud, de la dignidad humana y de la autoestima. En aquellos terrenos se sembró y se plantó de todo. Económicamente tuvo su interés pero lo fundamental del proyecto fue que muchos de ellos abandonaron la droga; por desgracia, no todos.
Más tarde, Cáritas, por iniciativa de César, se hizo con una casa en la Subida a Buena Vista para que los jóvenes siguieran su terapia para una positiva reinserción social. Allí me encontraba muchas veces con César y sus chicos que narraban sus historias personales, a veces, terribles.
César era una persona que daba respuestas a su fe desde la cercanía a la gente y el amor sin condiciones, en la certeza de que ser cristiano es comprender la vida como un don de Dios para ponerlo al servicio de los demás y, especialmente, de los más huérfanos de la vida. En definitiva, de seguir a Jesús. Estudió en el Colegio La Salle Nuestra Señora del Rosario, fundado de la mano de la familia Ybarra. Allí estudió también Josu, tras dejar la escuela municipal, en la que coincidimos. Al terminar el cuarto grado en los Hermanos, entró a trabajar en la editorial El Mensajero del Corazón de Jesús, hoy Mensajero, fundada por los jesuitas. Allí aprendió todo del libro y de la empresa, de la mano del jesuita Hermano Arrarte, también de Deusto.
Josu había empezado a trabajar a los 14 años. Enseguida se matriculó en la Escuela de Comercio, donde cursó peritaje y profesorado mercantil. Los libros de Josu no se pasearon, como los de otros, por el bar de Ortuondo. No lo digo como algo jocoso: siempre me admiró de Josu su infinita responsabilidad ante los compromisos que asumía. Su paso por la industria del libro fue la de un maestro. Gozó de prestigio y autoridad en el gremio. Y al mismo tiempo, trabajó en todas las actividades del centro de jóvenes de Acción Católica.
Cuando en diciembre de 1964 se aprobó la Ley de Asociaciones, Josu y otros compañeros crearon una asociación de familias en San Pedro de Deusto. Había que superar muchas de las carencias que se arrastraban desde la anexión a Bilbao en 1925. Una de ellas era la vivienda. Encabezando un grupo de lasalianos Josu entró en conversaciones con los dueños de los terrenos que había ocupado Talleres de Deusto. Después de un sinfín de problemas jurídicos, y sin los especuladores y “listos” de la época, se lograron 160 viviendas.
Se casó en 1962 con Ikerne Echeberria, una mujer que destilaba cariño, bondad y sencillez. Tuvieron cuatro hijos y una hija, tan positivamente especiales como ellos: Josu, Jorge, Carlos, Alberto, que falleció con 5 años y Susana. Ikerne sufrió un calvario por problemas físicos y falleció en 1999, dejando rotos a Josu y a los hijos.
Se casó después con Montse Ballester, una trabajadora incansable en las actividades pastorales de la Parroquia. Han formado una pareja muy feliz durante dos décadas.
A Josu no se le veía ni se le oía; se le sentía. No alzaba la voz y, cuando hablaba, era pura sensatez y criterio positivo. Delicado y suave en las formas, era respetuoso y siempre firme en sus convicciones que no dudaba en cambiar si se convencía de ello.
No se dedicó a fantasías pastorales de arte y ensayo. Su fe le impulsó a practicarla, desde el tuve hambre y me disteis de comer. Como fruto de las Asamblea Diocesana de los 80 cuyo lema era Transformar el mundo, un grupo de la Parroquia decidió fortalecer la Asociación de Familias; allí estuvo Josu. Fueron muchas las actividades culturales de la Asociación en las que colaboró o que protagonizó; se volcó muy especialmente con los parados.
Josu y César no se jubilaron de la vida, solo de las empresas en las que trabajaron. Han vivido una vida en plenitud prodigando cariño. César y Josu, hasta luego.
Acabo. Cuando murió César, sugerí al Ayuntamiento la idea de dar su nombre a la Subida a Buenavista. Ahora va el ruego de que esta subida a Buenavista se llame Hermanos Leguina. Ningún nombre será más digno.