FRAGANCIAS secas y sutiles dan la bienvenida al visitante que entra a su luminoso taller de Urduliz. Es el olor de las maderas; de maderas en bruto que esperan a que ella les dé vida a golpe de mazo y gubia. Y de maderas ya trabajadas, domesticadas, que se han reencarnado en bellas kutxas, muebles o en esculturas, todos ellos despojados de lo superficial, reducidos a la esencia. Y al fondo, Ana. Ella es su creadora, su artífice, una artista de la madera que se enfunda el buzo azul y se sumerge cada día en ese mundo de maderas nobles, diseño, lijas y astillas para dar forma a bellos objetos que navegan en esa fina línea entre el arte y la artesanía, y que conjugan sin conflicto lo ancestral y lo innovador.

Ana Aldana es una de las pocas mujeres que un día se enamoró de la madera y decidió convertir el mundo de la talla en su profesión, su trabajo y su pasión. "Hoy día hay más mujeres que trabajan la madera, aunque lo habitual es que haya más hombres, no sé si es porque hay que usar la fuerza o porque las máquinas que se utilizan son peligrosas. Pero de todas formas, en general, no somos mucha gente en este mundo", explica esta artista que tiene su taller ubicado en Urduliz, donde reside desde hace años. Descubrió las bondades de la madera en la facultad, cuando estudiaba Bellas Artes en Leioa. Tras ese primer acercamiento se puso en contacto con Félix Larrañaga, un profesional de la talla de Berriz, y con él se inició en este arte. Así, tras trabajar con unas prácticas en un taller de carpintería, puso en marcha en 1990 su propia industria de artesanía y talla en San Inazio junto con una compañera.

Los ojos se le encienden cuando habla de la madera, cuando explica por qué apostó por este material para consagrar a él su vida profesional y artística. "La madera tiene veta. Cada madera es diferente y te va guiando a la hora de trabajar, no solamente eres tú", afirma. "Es muy táctil, se toca mucho y durante todo el proceso estás en contacto con la pieza que estás haciendo, desde el principio hasta el final", añade. Así, cada vez que se propone dar vida a una nueva obra, cada vez que se sumerge en su abrumador taller de grandes máquinas e instrumental extraño a los ojos del profano, Ana no impone su voluntad: se deja llevar por la hoja de ruta que le marca cada trozo de madera, cada pedazo en bruto, noble y único. De este modo, materia y artista danzan en armonía hasta que nace la pieza final.

La madera de roble es su preferida. "Es sin duda la que más me gusta. Tiene dureza, y al ser bastante compacta se puede trabajar más. La veta es muy bonita, y además es una madera de aquí y se puede comprar en bosques de producción continua, que se cultivan expresamente para comercializar", explica, añadiendo que no le gusta trabajar con las maderas tropicales que pueden venir de esquilmas incontroladas de bosques y selvas.

cursos de talla La enseñanza es otra de las facetas de Ana en el mundo de la madera. Lleva 20 años dando clases de talla y hoy día imparte estos talleres en la kultur etxea de Urduliz y de Leioa. "Tengo los grupos a tope. Hay mucha afición a la talla y hay alumnos que llevan hasta diez y doce años viniendo. La talla es algo que te recompensa mucho", explica. Muestra orgullosa los trabajos que han desarrollado sus alumnos y sorprende lo ecléctico y lo dispar de las obras, que van desde muebles tradicionales hasta albokas pasando por una casa de muñecas cuyas piezas están talladas una por una. Entre ellas hay hasta una guitarra eléctrica con un dragón tallado en la caja. "Entre mis alumnos hay desde chavales de 18 años, a los que simplemente les gusta la talla, hasta mujeres que pensaban que jamas cogerían una gubia y que ahora son capaces de hacer lo que quieran con la madera. También vienen ingenieros, carpinteros ya jubilados... Gente de todas las edades. Mi alumna más mayor tiene 76 años", explica Ana. "Algunos se desestresan dando golpes a la maza, otros tallando suavito... Cada uno es un mundo y yo estoy contenta porque las clases me abren la mente, me aportan ideas que a mí no se me habrían ocurrido", asegura.

Fue en 2002 cuando estableció en Urduliz su taller actual y es allí donde ha desarrollado su labor creativa estos años. Con el tiempo su obra ha dado un giro dejando las líneas de mueble más tradicionales y tendiendo hacia lo escultórico. "Es algo que ha formado parte de mi evolución; te vas despojando de lo decorativo y te quedas con la esencia", explica. Hoy, entre sus creaciones, con sus muebles depurados y sutilmente tocados con figuras geométricas de inspiración euskaldun, conviven piezas escultóricas, elementos decorativos que nacen con el noble y simple objetivo de ser admirados. Entre sus obras insignia destacan la interpretación que ha hecho de las tradicionales kutxas, pero que Ana dota de una estética más moderna y limpia. Estas se han convertido en su seña de identidad.

Su trabajo ha sido reconocido con destacados galardones. En 2008 obtuvo una mención especial en los Premios Nacionales de Artesanía por una obra que elaboró junto a otros artistas y que era una revisión modernizada de un arcón de ajuar. Y en 2010, obtuvo el 1º Premio de Artesanía de Bizkaia en la modalidad de Arte por una pieza escultórica que es un banco.

Ana no se amedrenta por los retos. Ahora tiene en mente poder exhibir su obra en galerías y salas de exposiciones, de manera que organizaría muestras en las que predominaría la escultura combinada con sus muebles. "Me quiero meter a hacer piezas más grandes y ya me he comprado la maquinaria", explica sonriendo, rodeada de maderas olorosas abocadas, irremediablemente, a transformarse entre sus manos.