Plentzia
Los tonos grises todavía reflejan la fortaleza de un carácter curtido en la dureza de la mar. El capitán Pedro de Goirigolzarri se expresa con la mirada firme y serena en un gesto de dignidad, de oposición frente a la opresión de la dictadura. La imagen rememora el encuentro de este lobo de mar, capitán de referencia de la compañía Sota, con el escultor más renombrado de la época, Higinio Basterra. El museo marítimo de Plentzia rescata del anonimato este testimonio de integridad en los tenebrosos años de la posguerra.
La escena se desarrollaba entre las rejas de la cárcel bilbaina de Larrinaga, en el bando de los represaliados, el 20 de febrero de 1940. "Al amigo y contertulio de La Barraca, el amigo Pedro de Goirigolzarri, en la prisión del Carmelo", reza la dedicatoria.
El destino cruzaba a estas dos personas, unidos por la villa de Plen-tzia pero separados por una trayectoria antagónica. Este retrato a carboncillo realizado en los tiempos libres de la cárcel supone un pequeño descubrimiento del legado de Basterra, porque apenas se tiene constancia de sus cuadros.
Difícilmente se podían encontrar almas tan diferentes. Hasta la llegada de la dictadura, Basterra disfrutaba en Bilbao de días de vino y rosas sobresaliendo por sus obras de arte, aunque nunca abandonó del todo el estudio de su villa natal de Plentzia. Discípulo en Bilbao del genio francés de Rodin, dejó huella con esculturas impactantes, como la pareja de cuadrigas que domina la calle Alcalá de Madrid desde la azotea del Banco de Bilbao.
Alejado de la vida social, más adusta se presumía la vida de Goirigolzarri, que navegó por todos los mares. Sus dotes de mando le labraron un puesto de privilegio en la compañía Sota hasta llegar a ser brazo derecho del fundador. Pedro protagonizaba así un gran desarrollo personal desde los tiempos en que estudiaba Náutica en Plentzia. "Bajaba de Urduliz y sus compañeros se burlaban de él porque se expresaba solo en euskera", relata su sobrino, Martín Egiguren.
En casa El familiar quiere preservar el legado de Goirigolzarri con la donación del retrato al museo de una localidad que le marcó durante su vida. "Quería que el cuadro se quedara en Plentzia por todo lo que hizo él en la localidad", señala. La pieza le acompañó el resto de su vida como un recuerdo agridulce de las dificultades de la posguerra.
"Le resultaba entrañable, presidía su sala de estar. De la cárcel se acordaba del frío y de sus compañeros, a los que conocía en su mayoría por ser nacionalistas y de Plentzia", recuerda. Este familiar rescata de sus recuerdos la figura de su tío, retratado como un marino imponente, con su 1,90 metros, de estatura. "Tenía un carácter muy duro, pero a la vez muy sensible. Era muy religioso y un gran defensor del pueblo vasco", describe.
Lo cierto es que a excepción de un breve escarceo en la política, que le permitió asistir como alcalde de Urduliz a la asamblea que aprobó en 1933 el estatuto, la mar fue su espacio natural. "Era su vida, su casa", recalca su sobrino. Sus últimas salidas fueron para evacuar a los niños de la guerra hacia Francia. La victoria franquista le arrebató la mar. Goirigolzarri se quedaba sin su título de navegante y perdía todas sus posesiones materiales.
"Le retiraron forzosamente y le dolió. Nunca más tocó la mar", recuerda. Este capitán se refugió en tierra firme en la Villa Odona de su Urduliz natal, la propiedad que no le pudieron confiscar por ser de la familia de su mujer, Juana Zarraga. Allí retornó a sus orígenes rurales. "Soy aldeano e hijo de aldeano", le gustaba recordar.
De su recuerdo de la mar conservaba una réplica de la proa del Ama Begoñakoa, el buque escuela de la compañía Sota. Hasta su muerte con 86 años Goirigolzarri fue una persona respetada en Urduliz, donde se relacionaba con las fuerzas vivas del pueblo sin afinidades franquistas, como el juez de paz o el médico. "Daba consejo a muchas personas", recuerda Martín.
Precisamente, su última contribución llegó con su fallecimiento por medio de sus familiares. En 1966 la Villa Odona se donaba al PNV convirtiéndose desde entonces en su sede social en Urduliz. La cesión, con el partido jeltzale ilegalizado, fue la última aventura póstuma del gran Pedro de Goirigolzarri.