El Paisita. Así se presenta, así figura en su tarjeta de visita y así le conocen en los restaurantes, cafeterías y hoteles de la capital vizcaina donde presta sus servicios. El Paisita es Jesús María Giraldo, un colombiano que se gana la vida en Bilbao como limpiabotas, el único que queda en la villa. Con este apodo hace honor a su tierra, donde todos los nacidos en el Departamento de Antioquia se les denomina cariñosamente paisitas. Llegó a Euskadi en 2008 para ver a sus hijas, que años antes habían emprendido el camino de la emigración junto a su exmujer. Durante los primeros meses trabajó limpiando pisos, pero pronto se dio cuenta de que había negocio como "lustrador". "Vi que la gente llevaba los zapatos sucios", recuerda, "y también vi que no había limpias por la calle", apostilla. Así que se hizo con un carrito, se fabricó unas cajitas de madera, "porque yo soy un manitas", y se lanzó a la calle. Desde entonces le ha ido bien. "Me gano la vida dignamente", dice. Pero le falta algo, parte de la familia. Lucha por conseguir que su actual compañera, con la que tuvo una niña, y el hijo mayor de su anterior relación, puedan reunirse con él en Bilbao.

"Solo necesito una manita, una ayudita," dice mientras saca lustre con nervio y pericia a los zapatos de un cliente en el interior del bar Abando de la calle Colón de la Larreategui de Bilbao, donde acude diariamente con sus aperos de lustrador. Cuando dice manita, El Paisita se refiere a un "enchufe" para que la madre de su hija pequeña y su hijo obtengan el permiso de entrada en el Estado español. A lo largo de estos años, El Paisita se ha ganado el suficiente prestigio y cariño de la gente como para que algunos clientes se hayan ofrecido para echarle esa manita que demanda. "Tengo contratos de trabajo para mi mujer y mi hijo que me los han facilitado los dueños de los bares y hoteles por donde ando, pero luego en el Inem me los echan para atrás; no me dan el permiso definitivo porque dicen que hay mucho paro, y los primeros son los de aquí", cuenta con rabia. Pero El Paisita no se resigna fácilmente. Lo intentará de nuevo en 2011 para tener más cerca a toda su numerosa familia, los hijos que ya están en Vitoria-Gasteiz con su exesposa, y los que vendrían a Bilbao. "Si lo consigo, ustedes tendrán Paisita para rato, seguiré como limpia y aquí me moriré", sentencia.

Infancia Lo dice con esa determinación porque El Paisita se siente feliz en Bilbao. Disfruta con su trabajo. "Esto no lo cambio por nada", dice. Todas las mañanas se pone en marcha con su carrito en busca de clientes, por los restaurantes y hoteles del centro de Bilbao. Hay días que acaba las jornadas a las 12 de la noche, pero no le importa. "A mí nunca me ha asustado el trabajo", asegura El Paisita mientras recuerda su bautismo en el mundo laboral. "Yo, a los 7 años, ya trabajaba en un almacén para ayudar a mi familia, que éramos ocho hermanos y mis padres", relata. Dos años después, con 9 años, se quedó huérfano, por lo que la vida le enseñó a "meterle cojones" para salir adelante. A esa edad tan temprana se inició como limpiabotas en Medellín, donde se crió. Allí también estudió hasta hacerse técnico de instalaciones de sonido en vehículos. Pero en el futuro le iban a marcar sus hijos, ya que uno de ellos decidió buscar una vida mejor en Euskadi. Posteriormente se trasladaron tres de sus hijas con su exmujer. Fue entonces cuando surgió la oportunidad. "Llevaba tiempo sin verlas y vine por el cumpleaños de una de ellas", cuenta. Vio que había posibilidades y se quedó. "Al principio, mis hermanos me dijeron que estaba loco, que cómo se me ocurría venir a trabajar de limpia, ya que en Colombia tenía un negocio que me iba bien", recuerda, "pero yo siempre he sido un hombre emprendedor, me gusta la aventura".

Confesionario Por eso está en la capital vizcaina. Además tiene planes de futuro si, por fin, reagrupa a la familia. "Aquí hay trabajo como lustrador", dice. De ahí que su idea sea ampliar el negocio con su hijo cuando venga y contratar empleados para el resto de la capitales vascas. En su tarjeta de presentación profesional ya lo dice bien claro: "Cooperativa de Limpias. El Paisita. Se arregla, tiñe y limpia cualquier clase de calzado. También hacemos servicios a domicilio". Con esa tarjeta, que reparte por doquier, se ha hecho una distinguida clientela. "Yo le limpio los zapatos al doctor Azkuna y al doctor Sabas", señala con orgullo. Lo suele hacer en el restaurante Porrue, otra de sus paradas obligadas, donde, por cierto, es un servicio que ofrece gratuitamente el bar en el que come el menú del día. Sentado sobre el taburete, donde guarda los betunes que le traen exclusivamente de Colombia, ha escuchado de todo. "Esto es como un confesionario, hay muchos clientes que te cuentan sus penas, sus problemas conyugales". Él se limita a escuchar y a sonreír, que no le cuesta nada. Por eso es apreciado. "Porque es educado y correcto", dice un cliente tras darle los 5 euros del servicio más otros cinco de aguinaldo, que acepta por ser Navidad. Porque El Paisita no es muy amigo de recibir dádivas. "Yo solo quiero que me paguen por mi trabajo, por nada más", concluye.