bilbao - Ellas o el caos. Nunca dan su brazo a torcer, ni son las primeras en apartarse cuando viene alguien de frente. Y por supuesto, tampoco saben lo que es reconocer que alguien les supera en algún terreno. No es nada fácil relacionarse con una persona soberbia, pero si le damos media vuelta, quizá concluyamos que tampoco debe de ser sencillo serlo y tener que soportarse.

J. V.: Uno de los pecados capitales? Y muy frecuente, me temo.

I. Q.: Sí, así es. Creo que la mayoría de las personas hemos sido soberbias en más de una ocasión y seguramente lo seremos en un futuro. Este pecado capital suele ir asociado con aquello de no querer perder y también con aquello de tener la razón. Y se ve influido por quién es la persona con la que estamos en relación. Aquellas personas con las que tenemos cuentas pendientes irreconciliables despiertan nuestra soberbia, y nosotros la suya.

J. V.: Diría que también es muy humano. Como decías, en algún momento de nuestra vida casi todos hemos rondado la soberbia, aunque hay personas que no conocen otra cosa.

I. Q.: Eso es. Te acabo de decir que es algo muy humano, entre otras cosas, porque cuando te topas en la vida con personas cuyos valores distan años luz de los tuyos y pretenden imponerlos con mejor o peor estilo, es difícil contenerse. Esto no quita para que también en ocasiones seamos soberbios porque perdemos la referencia de quiénes somos. Lo que sí hay que distinguir es esa soberbia humana, de estado en momentos puntuales, de la soberbia como rasgo, es decir, como una característica más de la manera de ser. ¿Que cómo se distingue? La soberbia de estado es aquella que es esporádica y la de rasgo es permanente. Hay quien no sabe ser de otra manera y su hoja de ruta va encaminada a hacer lo que quiere a pesar de que haya opiniones más autorizadas que digan lo contrario.

J. V.: Se defenderá un soberbio diciendo: “¿Qué pasa? Si tengo razón, tengo razón”.

I. Q.: Ya, pero no se tiene razón siempre. Nadie está en posesión de la verdad absoluta en ningún tema ni en ningún caso. En términos generales, suelo decir que la razón cae por su peso, de la misma manera que la historia ya está escrita y aunque cada uno la cuente como quiere, o como le conviene, eso no la modifica.

J. V.: En realidad, ¿qué hay detrás de uno de estos personajes que siempre están con el mentón apuntando a la luna? Unas migajas de narcisismo, como poco.

I. Q.: Sí. Todo lo que hay es peligroso, por eso suelen ser las personas que despiertan los rasgos más ácidos de la gente de bien, y lo malo es que no hay que cederles ni un milímetro porque todo lo que ganan, como digo yo por aburrimiento, lo consideran como un derecho. Son gente insegura y muy poco trabajadora. Se dedican preferentemente a difundir bulos y a estorbar a los demás.

J. V.: Si les contradices, bronca. Si no lo haces, se crecen, ¿Qué hacemos?

I. Q.: Se crecen? y bronca permanente. A estas personas hay que dejarles claro que sus opiniones son escuchadas como todas las demás mientras sean interesantes y no vayan encaminadas a crear un ambiente favorable solo a sus intereses particulares. Si solo buscan esto, hay que dejarles claro que no se está para eso. Si hiciesen una propuesta correcta, se tendría en cuenta como las demás. Pero abrir la puerta gratuitamente no, porque luego cerrarla cuesta mucho.

J. V.: Tal vez, lo mejor sería ponerle enfrente a alguien con la misma soberbia o un poquito más.

I. Q.: Soberbia no, firmeza. Y ante los malos modos, más firmeza. Como te decía antes, son personas que creen que con insistir una y otra vez pueden hacer lo que les place, y eso está bien en su vida personal con quien admita sus reglas, pero no en las relaciones con los demás. Hay que tener paciencia y firmeza.

J. V.: Sospecho que es una cualidad que tiende a empeorar con el paso del tiempo.

I. Q.: Puede, pero lo que más le hace empeorar a esta cualidad es que se le permita desarrollarse sin freno. Te decía en una pregunta anterior que terminan por creerse que lo que consiguen gracias al buenísimo de las personas que les rodean es un derecho irrenunciable. Además, estas personas, una vez que cogen velocidad de crucero, no se detienen y buscan implantar por la mano sus reglas. Hechos consumados, y tan anchos.

J. V.: Imagina que algún lector detectara en sí alguno de estos rasgos y quisiera cambiarlos. ¿Por dónde debería empezar?

I. Q.: No es fácil que una persona soberbia reconozca que lo es. Si así fuera, que todo es posible, debería sencillamente llevar adelante este ejercicio de autocrítica para empezar a detectar áreas de mejora y así incorporar medidas correctoras, como la escucha, la priorización, el respeto por las prioridades de las personas que le rodean, etcétera. Como ves, mucho trabajo para aquella persona que solo habla en primera persona del singular. Bueno, hablan en primera persona del plural cuando necesitan hacer un corro que permita llevar adelante sus intereses personales, con supuestos intereses colectivos.

J. V.: Veamos la cuestión desde otro ángulo. Hay personas a las que, sin serlo, les tildan de soberbias porque defienden con firmeza sus planteamientos.

I. Q.: A veces ocurre. La diferencia entre unos y otros es que estas personas que tú mencionas no hacen de todo una cuestión prioritaria, saben dar paso a las necesidades de otras personas y dan la cara, es decir, no obran a espaldas de los demás ni se presentan con hechos consumados ante los demás. Suelen saber que la vida no es una cuestión de ganar o perder continua.