"Me echaron de la empresa en plena quimio por el cáncer"
El fallo del TC que avaló un despido por bajas justificadas no contempla las ausencias por cáncer. Sin embargo, este hace mella en la vida laboral. Ane Miren fue despedida “sin pudor”, mientras que Jon, pensionista, no sintió presión
PODER volver al trabajo, tras sufrir cáncer, es buena señal. Ane Miren estaba por la labor, pero la echaron “sin paños calientes”. Jon, en cambio, se vio obligado a dejar de trabajar tras sufrir la amputación de un pie.
“No estás para pelear. Si me despiden ahora, voy hasta el Supremo”
Ane Miren Emaldi es una de esas personas a las que les atizan con un diagnóstico de cáncer de mama y preguntan si van a poder seguir trabajando entre quimio y quimio. “El ginecólogo me dijo que si no era mi negocio, no me iban a aceptar que un día fuera y otro no. Es mejor que cojas la baja y cuando te recuperes, vuelvas”. Pero no volvió. Bueno, sí. En pleno tratamiento. Para que le comunicaran, “sin ningún pudor”, su despido. “Las sesiones de quimio fueron muy duras. Estaba cinco días tirada, sin poder levantarme, francamente mal. Lo gordo es que estaba hecha polvo y mi única preocupación era terminar para pedir, aunque fuera, el alta voluntaria. Mi angustia era no seguir faltando al trabajo y a ellos les importó un bledo largarme”, denuncia esta vecina de Portugalete, empleada por aquella época en una empresa de muebles. “Me echaron en plena quimio. Al menos podrían haber esperado a que volviera”, se duele.
En las navidades de 2011 Ane Miren se vio un bulto. Muy malo, de los de operación sin demora y ronda completa de radio y quimio. La víspera de entrar en quirófano, recuerda, “dejé el trabajo, organicé todo y, cuando el ginecólogo me dijo que iba a estar de baja un año, me pareció un horror”. Tal es así que su intención era incorporarse antes, pero ni el cáncer ni la empresa le dieron la opción. “En julio me llamó una compañera y me dijo que me iban a despedir. El día anterior había ido yo a firmar unos papeles, porque estábamos en ERE, y no me habían comunicado nada. Al día siguiente me volvieron a llamar y me echaron”. Así, sin contemplaciones. “Me dijeron que estaban organizando al personal y que me mandaban a la calle. No les tembló la voz”. Ni un qué tal estás. Ni un lo sentimos mucho. “¿Quién no vende? Fulano, fulano y yo, que, como estoy de baja, no doy a ganar a la empresa. Me echaron sin paños calientes”. Con los quebraderos de cabeza que se había llevado ella por no poder ir a fichar. “Todo te queda grande: los cambios físicos, los problemas que se pueden derivar, el no ir a trabajar... Tú estás con unas angustias y unas responsabilidades y les da igual. Para ellos eres solo un número”, lamenta.
Su desasosiego por no poder trabajar llegó hasta tal punto que, cuando le rescindieron el contrato, respiró. “Dentro de todo el drama y de encontrarme en la calle, sentí alivio porque lo estaba pasando fatal”, reconoce. La faena, por llamarlo finamente, le sirvió además para hacer criba. “De todo se aprende. Ves a la gente que vale y a la que está mejor fuera de tu vida”.
Metida en “el pelotón de todos los despidos”, sus compañeros y ella acudieron a un abogado, que luchó para que la indemnización ascendiera de 20 a 25 días por año trabajado. “A mí me dieron un poco más, pero no como si fuera un despido improcedente. Mal por mi parte”, se culpa. Bastante tenía con lo suyo. “Seguí con la quimio. No tienes fuerza, se te olvidan las cosas, no estás para pelear. Si me despiden ahora, voy al Supremo, pero en ese momento no tienes energía ni espíritu. Mandas todo a la porra y dices: Contenta porque salgo yo adelante. Al final todo pasa a un quinto plano. Luego ya con el tiempo...”.
Aunque ahora no está trabajando, Ane Miren podría haberse reincorporado “perfectamente” a su empleo tras el parón de un año que le vaticinó su ginecólogo. “No habría tenido ningún problema de ningún tipo. De hecho, mi hermana también ha tenido cáncer de mama, se ha recuperado y está trabajando las ocho horas. A ella no le han echado. Le han respondido bien en todos los sentidos”, se alegra. Si, en vez de una compensación económica, su letrado hubiese conseguido que la readmitieran, quizás lo habría rechazado. “No sé si habría vuelto porque si a ti te echan de malas formas, ya no puedes trabajar con el mismo ánimo”.
“Habrá quien apriete a sus trabajadores, pero en mi caso no ocurrió”
A Jon un cáncer óseo le fagocitó de dos dentelladas un pie. Un pie, el empleo y la autoestima. “Con 52 años me vi obligado a pasar de ser trabajador a pensionista por discapacidad absoluta. De tener un motivo por el que levantarte por las mañanas pasas a tener que reinventarte y llenar tu tiempo. Te sacan del mundo laboral de un día para otro y no es fácil de aceptar”, confiesa. Mucho menos para una persona como él, que solicitó el alta voluntaria tras su primera parada de 16 meses en boxes. “En cuanto me hicieron la biopsia y vieron que el tumor era agresivo, me operaron y me realizaron una amputación parcial”, relata. El proceso de recuperación se ralentizó por los embistes de la quimio, que lo dejó tan barrido que se le reactivó una hepatitis. Una vez recompuesto, añoraba amanecer a golpe de despertador. “Quería retomar mi vida, que es lo que todos queremos cuando hemos caído en una enfermedad tan larga y penosa. Volví a trabajar por decisión propia, porque los médicos me habían dado tres meses de baja más”, señala. Antes de reincorporarse a su puesto, en un ayuntamiento vizcaino, Jon no recibió de sus responsables sino apoyo y comprensión. “No he tenido nunca ninguna sensación de presión para volver a trabajar. Se han portado conmigo exquisitamente. No me han puesto ninguna pega”, agradece. Pena que “esa suerte” le durara tan poco. En concreto, el año y medio que tardó el maldito sarcoma en volver a dar la cara en una resonancia rutinaria. Vuelta al quirófano, del que salió sin pie, y al que tuvo que regresar, una vez más, al infectársele la herida. “Ya no volví a trabajar”, apunta.
La adaptación a la prótesis con la que actualmente deambula no fue de un día para otro. “Pasan meses hasta que se ajusta al cuerpo”. Lo bueno, es un decir, es que un pie artificial deja más que patente las secuelas de la enfermedad. “El proceso es muy largo y es cierto que a nivel laboral te puedes encontrar en esa situación de tener que estar constantemente dando explicaciones. En mi caso no había duda. Las consecuencias fueron bastante visibles”, cuenta, consciente de que otros pacientes tienen que andar justificándose, aunque, en general, “todo el mundo conoce la gravedad de esta enfermedad” y las secuelas del tratamiento. “Depende de qué trabajo realices o en qué empresa, te ves más o menos forzado a tener que dar explicaciones de por qué no puedes ir, cuando la mayoría lo que queremos es volver a trabajar, aunque no siempre nos es posible porque ni física ni psicológicamente nos encontramos en condiciones”, aduce y reitera que “habrá quien apriete más a sus trabajadores, pero no es mi caso”.
Con la espada de Damocles sobre su cabeza, porque “el sarcoma es un tumor bastante agresivo y con posibilidad de reproducción”, Jon destaca “lo tocado que te deja” a nivel psicológico. “Cuando sufres un cáncer grave te están avisando de que puedes tener los días contados y ya nada vuelve a ser igual. Cambia tu vida y en el ámbito laboral tampoco vuelves a ser el mismo porque tus prioridades y tu mente están en otro sitio”. También la economía familiar se ve resentida, pese a que las ayudas “minimizan el impacto” de los gastos. “Estando de baja te pagan lo mismo, pero mi prótesis de pie, por ejemplo, supera los 3.000 euros e instalar un embrague electrónico en el coche, 2.500”, detalla, a modo de ejemplo. Como pensionista, sus ingresos se han reducido un 10%, pero nada de eso tiene “tanta importancia cuando te enfrentas a tu vida o tu muerte”. Ahora, eso sí, con mucho más que conocimiento de causa, da fe de que “el trabajo, como la salud, se valora más cuando te falta”.
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