Un galán enamorado de las mujeres y los coches
bilbao. La palabra precisa, la elegancia en el porte. De este modo, califican a Jon Taranco, el taxista del bocho que hizo del verbo una conquista. Querido como Jontxu, falleció el pasado domingo a los 80 años de edad.
Un hogar de la calle Lutxana fue testigo de su primer llanto, aquel 9 de abril de 1932. El bilbaino comenzó sus estudios en los Escolapios. Con el paso de los años, comenzó a obtener beneficios económicos dedicándose a la compraventa de automóviles. Los coches fueron hasta hace unos días una de sus grandes pasiones. La otra fueron las mujeres, a pesar de que prefirió ser de por vida soltero y no estrenar papeles de matrimonio. Él solía decir, con el humor que le caracterizaba, que "para qué voy a hacer a una señora infeliz cuando puedo hacer felices a muchas". Era su máxima e iba más allá al matizar que él nunca dejó a una mujer, sino que fueron ellas las que le dejaron a él.
Taranco fue un galán de aquellos que podrían haber salido de un largometraje de los años 70. Un dandi de mirada picante con verbo de taxista, que, dicen, sabía tratar a las señoras como nadie. "Las encandilaba. Jontxu era muy peculiar", detalla una amiga del finado que prefiere guardar el anonimato.
El elegante bilbaino heredó una de las dos licencias de taxi que tenía su padre Juan, natural de Sopuerta, en la plaza Circular y en Indautxu. El también hijo de Trinidad, enraizada en Atxuri, se hizo cargo de la primera. Jon tenía una hermana llamada María Begoña. Esta le recuerda como "muy de Bilbao, de buscar mucho el contacto con la gente, simpático, alegre, buen conversador. Mi hermano era un hombre muy majo".
A Jontxu le gustaba el Athletic, pero no le gustaba pisar San Mamés. Le gustaban los toros, pero tampoco le apetecía tomar asiento en Vista Alegre. Era de leer y de los coches. Su locura. Su automóvil Mercedes era su más preciado objeto. Cuentan que por una diabetes su vista se fue empañando de neblinas, no menos curiosa. Por ello, no pudo renovar, ya jubilado como taxista, el permiso de conducción. Para él fue como un final más. Sin embargo, su optimismo le condujo a estacionar su utilitario con nombre de mujer en un garaje siempre con el sueño de recuperar la vista y el carné.
La larga espera Mientras esperaba el regreso a los asfaltos, continuó cultivando las amistades en la zona de su residencia, en María Díaz de Haro. Tenía como lugar de encuentro con las amistades la cafetería Tukan. Allí acudía por las mañanas de ajetreo metropolitano y de tranquilas tardes tras la siesta.
Taranco fue protagonista de numerosas anécdotas que le gustaba sacar al hilo de sus conversaciones. A aquellos clientes que no pagaban la carrera del taxi, les solía decir al despedirse "que gastes el dinero en algo bueno para ti". Sus amistades aseguran que nunca le vieron "enfadado". En otra ocasión, reconoció a un hombre que no le había pagado y le llevó hasta Artxanda. Una vez, en el alto aseguró que se había pinchado una rueda y bajaron los dos. En una de estas, Jontxu se fue y le dejó al cliente en tierra. "No volvió a verle nunca", sonríen. El pasado martes, quienes más le apreciaron y quisieron le despidieron en la misa funeral oficiada en la igleisa de El Carmen de Indautxu. Su Mercedes le sigue esperando con la bandera bajada.
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