El bien morir es de vital importancia y la forma en que nos vamos deja un gran legado a los que se quedan. “Acompañar a un ser querido en este viaje es una lección absolutamente transformadora”, explica Enric Benito, especialista en cuidados paliativos, autor de El niño que se enfadó con la muerte. Un libro fruto del conocimiento clínico adquirido a lo largo de tres décadas: “Con su publicación intento ayudar a las personas a derribar tabúes, humanizar y normalizar el proceso de morir”.

QUIÉN ES

Enric Benito (Baleares, 75 años) es oncólogo, pero los últimos 30 años se ha especializado en cuidados paliativos. Desde 2014 es miembro de honor de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos-SECPAL. En su libro El niño que se enfadó con la muerte (Ed. Harper Collins Ibérica) recoge para el lector “las claves para atender y acompañar en el viaje definitivo”. Los derechos de autor de este libro se donarán íntegramente a la Fundación SECPAL.

¿Por qué tenemos miedo atávico a la muerte? 

El miedo a la muerte es fruto de la ignorancia de lo que somos. Cuando descubres lo que realmente eres, encuentras también que no solo eres este cuerpo, sino la vida que te sostiene con esa lucidez, con esa conciencia que no está en el tiempo ni en el espacio ni en el cerebro. Cuando descubres lo que eres sabes que esto nunca ha estado amenazado. He acompañado a cientos de personas en el proceso de morir, porque la muerte no existe; existe el proceso de morir cuando lo acompañas y lo cuidas, el regalo que te llevas cuando lo haces sin miedo, con interés genuino por ver cómo va yéndose; lo que descubres es que eso está bien organizado. Es verdad que la enfermedad puede producir dolor, pero hoy tenemos tratamientos. El dolor físico se puede quitar con calmantes, pero no tenemos tratamiento farmacológico para el sufrimiento, que es la resistencia que opones a la aceptación de la realidad, cuando dices que esto que está pasando no me gusta, que me lo cambien; entonces eres como un corcho flotando en un río que no quiere seguir la corriente, se quiere agarrar y se resiste; la vida está bien organizada si la sabes ver así; si te resistes a aceptar eso, te dañas a ti mismo.

¿Es posible aprender a librarse de este miedo a morir? ¿Aprender a bien morir? ¿Puede conseguirse un buen vivir en plenitud en los momentos cercanos a la muerte?

Por supuesto, la gente suele morir como ha vivido. Si tu aprendes a vivir bien, cuando te toque sabes que esto está bien organizado. La vida y la muerte no son dos cosas diferentes. Un paciente de 50 años con cáncer de pulmón me suele decir, “doctor, yo no empecé a vivir hasta que acepté que iba a morir”. Porque cuando te planteas que esto te va a ocurrir, ubicas perfectamente las cosas, pones en su sitio los problemas cotidianos de la vida. La muerte es maestra de vida; cuando alguien se tiene que ir nadie se queja de que ha tenido poco dinero, poco poder… No, la gente se da cuenta de lo que es realmente importante en la vida. Entonces se acaban las tonterías, la superficialidad con la que vive la gente. 

"La vida y la muerte no son dos cosas diferentes"

¿Por qué hay tanto tabú alrededor de la muerte?

Porque nos hemos alejado de nuestra propia profundidad, de nuestra propia naturaleza esencial, de lo que somos. Tengo 75 años y en mi infancia era muy normal que la gente viera morir, no se ocultaba; con seis años vi morir a mi bisabuelo y montaron una fiesta; vino un cura y montaron un ritual. Era normal y no era algo que ocultar; hoy en día nos hemos alejado de ello y hemos perdido la sabiduría que hay en ese proceso. Esta no es solo una idea mía, sino también de la revista The Lancet, una de las más prestigiosas de medicina en Europa, que en el año 2022 publicó un monográfico donde 35 expertos internacionales hablaban de la necesidad de recuperar el valor de la muerte, porque ahí hay una sabiduría que estamos perdiendo por negarlo.

Portada de 'El niño que se enfadó con la muerte.

Usted es oncólogo, pero en un momento dado toma el camino de entregarse a los cuidados paliativos. ¿Por qué?  

A los 43 años tuve una crisis existencial, fue una situación límite; me diagnosticaron una depresión clínica, pero realmente fue una noche oscura del alma. Era muy infeliz poniendo quimioterapia hasta la capilla ardiente, como quien dice; me había olvidado de que había vida anterior a esta vida. En el libro cuento esta historia. Me encontré con que la persona que yo más quería murió de forma bastante dolorosa y pensé que aquello no iba a quedar así. Como oncólogo era famoso, rico e importante, pero no era feliz. Entonces descubrí que quería ayudar a la gente a morir bien. Es lo que he estado haciendo en los últimos 30 años. 

"Quería ayudar a la gente a morir bien"

Quienes dedican su saber, habilidades y experiencia a paliar el dolor de los que se están despidiendo suelen decir que aprenden y reciben más de lo que dan, ¿es así? 

Por supuesto, en la relación de ayuda no solamente uno ayuda a otro, sino que los dos se ayudan. Como dice el filósofo Marting Gugger, a Dios nadie le ha visto, pero cuando alguien sufre a menudo se da una presencia que les transforma a ambos. ¿Qué significa? Que acompañando a la gente me he sentido cientos de veces al borde del misterio, viendo como la gracia, el gozo, la paz, inundan la habitación y entonces descubres que hay mucho más de lo que vemos; no solo somos enfermos. Del mismo modo que el proceso de nacer, el alumbramiento es una fiesta que acompañas con ternura, si al que se va lo acompañas de esa misma forma, descubrirás también la profundidad de lo que somos y la ternura de esos momentos, que es la paz. 

Se dan reconocimientos a muchos héroes por hechos nada edificantes (por ejemplo, matar en la guerra). ¿No merecerían más premio y reconocimiento quienes ayudan a caminar en el sendero irreversible hacia la muerte? 

Si la sociedad valora la riqueza del cuidado entre nosotros, sí. Pero si lo que valora es el prestigio, el poder, el dinero y otras cosas, pues no, porque el reconocimiento es un reflejo de los valores que apoya la sociedad.

Entre eutanasia y cuidados paliativos solemos ver una estrecha relación, ¿qué les hace semejantes y qué diferentes?

No hay ninguna relación. La relación la crean los periodistas con sus titulares; no quiero ser grosero, pero es así. En Baleares, donde vivo, el año pasado hubo 26 peticiones de eutanasia y se ejecutaron 9; en el mismo tiempo, 3.500 personas fallecieron sin cuidados paliativos. ¿Cuál es la prioridad? No estoy en contra de la eutanasia, me parece muy bien que si uno puede ayudar a otro con amor lo ayude si lo necesita, pero no podemos empezar la casa por el tejado. No hay cuidados paliativos para todos los ciudadanos. No tiene que ver una cosa con la otra, nosotros cuidamos a la gente. Cuando alguien solicita acabar pronto, lo que está pidiendo es poner fin al sufrimiento; por eso, si tenemos recursos para acabar con el sufrimiento la petición de eutanasia suele desaparecer, esta es mi experiencia. En mis cincuenta años de profesión he tenido cinco peticiones de eutanasia, cuatro de ellas la hemos revertido y la otra la hemos acompañado. Como profesional pido que, por favor, pongan recursos en cuidados paliativos, porque se están perdiendo la posibilidad de acompañar y cuidar a sus seres queridos de forma humanista, profesional y compasiva.

Antes se decía “La experiencia es un peine que nos regalan cuando ya somos calvos”. ¿Espera que las experiencias que nos regala en su libro nos permitan conseguir ese peine de sabiduría antes de la calvicie?

Yo he intentado que estas historias ayuden a la gente a comprender de una manera divertida y entretenida que hay otra mirada, que debemos darnos la oportunidad de mirar en este espacio de los cuidados, porque no hemos tenido la oportunidad de ser profesionales de paliativos. He descubierto a través de un documental sobre el acompañamiento de un paciente, que tuvo mucho éxito el año pasado en el festival de Donostia, cómo la gente descubre la riqueza de la relación de ayuda cuando hay alguien que le acompañe. Esas historias del libro abren una ventana para mostrar la intimidad de alguien cuando se va y de cómo se acompaña y además contada de forma divertida y con la mirada de un niño. 

Todos habremos de morir algún día, ¿cree que a todos les interesará conocer las siete lecciones del bien morir que propone o preferiremos escondernos de nosotros mismos ante lo inevitable?

Quien se sabe las respuestas a las preguntas del examen va tranquilo a la prueba. Yo propongo siete lecciones para que la persona se pueda preparar y vaya tranquila a la pregunta del examen final, que es: ¿Has sido feliz? Porque hemos venido a ser felices, si no lo hemos conseguido hemos perdido una oportunidad maravillosa.