“La música amansa las fieras”. Esta conocida máxima responde a una realidad. Pero es muy incompleta. Hoy se sabe, por estudios científicos realizados en universidades y por neurólogos como Gorden Shaw y Mark Bodner, entre otros, que la música tiene un potente impacto psíquico y físico que puede aplicarse para conseguir saludables cambios en el ser humano. Tanto en su vida personal como en casos de enfermedad. Las obras musicales ejercen un poderoso eco acústico en el órgano pensante de las personas, capaz de activar neuronas bajo patrones no comunes. La cabeza no existe sólo para ponerse el sombrero…

El estrés, por ejemplo, tan presente en nuestra sociedad actual, es tan penetrante como el aire que respiramos. Puede convertirse en un trastorno difícil de evitar. Quienes lo padecen de forma crónica pueden encontrar la solución en la música. De lo contrario, como dice Fernando Aramburu, es triste coleccionar problemas: ¡Enseguida se llena el álbum!

Un lenguaje

Las personas que escuchan música habitualmente reciben siempre una gratificación que los psicólogos llaman el “despertar de una sensación placentera”. Pero no sólo es eso: levanta su estado de ánimo, rinden mejor en su trabajo, enriquece su espíritu, entran en un estado de pletórica magia y sensibilidad. 

La música estimula ciertas habilidades del cerebro, sobre todo aquellas relacionadas con la percepción espacial y la ordenación de objetos en el tiempo y en el espacio. Hasta se ha llegado a apuntar que “incrementa el cociente intelectual”, aunque esto no se ha llegado a demostrar científicamente. En suma, la música se convierte para sus amantes en un segundo lenguaje incorporado a su mente. Es como la “banda sonora de su vida”, que adquiere un gran significado en su vida ordinaria, pues la evocan y la tararean mentalmente siempre que la necesitan.

La conexión música-estado de ánimo es asombrosa. Afecta al cuerpo y a la mente de tres formas simultáneamente. En primer lugar, los ritmos de la música afectan a tu ritmo cardíaco. El corazón tiende a acelerarse o desacelerarse para igualar el ritmo de la música. Los ritmos también alteran las ondas cerebrales y los patrones de respiración. Otros tipos de música nos inducen a mover nuestros cuerpos. Además, al escuchar música, sentimos sus vibraciones y otros sonidos en nuestra piel y nuestros huesos. Es el impacto de estos sonidos que vibran en el cuerpo, lo que altera sutilmente nuestro estado de ánimo y muchas funciones de nuestro cuerpo, particularmente, la tensión arterial, el pulso y la temperatura corporal.

En segundo lugar, los investigadores han descubierto que la música clásica –especialmente la de Mozart, al que me referiré después–, estimula y carga las zonas creativas y motivacionales del cerebro. Sin embargo, no es necesario referirse sólo a la música clásica. Todo, desde los cantos gregorianos hasta el bolero, el jazz, el pop, el baile latino y las composiciones de rock, pueden producir diferentes beneficios. Por último, la armonía afecta a tus emociones. Te ayuda a liberarte de sentimientos dolorosos o de enojo, o aumentar los sentimientos felices. 

La música cura

Cada vez más, los médicos usan la música como parte de sus tratamientos para ayudar a los pacientes a estar más saludables y recuperarse más rápidamente. Los enfermos del corazón, por ejemplo, se derivan a escuchar 30 minutos de música clásica reduciéndoles al mismo tiempo su medicación contra la ansiedad. La musicoterapia ayuda también a bajar la tensión arterial. Y, asimismo, para los que sufren migrañas, escuchar música les reduce la frecuencia, la intensidad y la duración. 

El ‘Efecto Mozart’ 

La prestigiosa revista científica Nature publicó hace una década los resultados de diversas investigaciones que evidencian que la música de Mozart dispara un cambio profundo en el cerebro. Aumenta la energía cerebral y el rendimiento intelectual. Más aún, cuando sus partituras cobran vida a través de sus ritmos, quienes padecen de Alzheimer actúan más normalmente en su rutina diaria y quienes sufren epilepsia reducen la severidad de sus ataques. 

Si dejamos de lado los resultados científicos, quizá influya el estilo que admitía el propio niño prodigio de Salzburgo. Según la experta Lilian Duery: “El dolor, el sufrimiento y toda la experiencia oscura que vivía Mozart quedaban fuera de su mente al momento de componer. Tal vez por eso se aprecia en sus piezas musicales alegría y felicidad, en tanto que en otras su llanto mismo, pero a través de un drama plácido y aquilatado”. Otros investigadores han negado el supuesto efecto Mozart. Sugieren que, en general, cualquier música (incluyendo el pop) ayuda a mejorar las tareas cognitivas, activar zonas asociadas a la emoción y a proporcionar efectos calmantes.