EN el entorno de Oñati, localidad guipuzcoana bien conocida por sus famosas cuevas de Arrikrutz, en el final del valle de Araotz, uno de los más escondidos del herrialde, se sitúa la ermita y la cueva de Sandaili, escenario principal del último libro del escritor vasco de novela negra Ibon Martín, que llena de crímenes, misterios, ritos y tradiciones celtas un espacio que se amplía al cercano santuario de Arantzazu, con sus famosas esculturas de Oteiza y Basterretxea, vitales en la novela.

La gruta de Sandaili, con su ermita al fondo Oñati Turismo

No es la primera vez que la obra de Martín nos sirve para recomendar algún paraje vasco, como sucedió con Katxola, el caserío centenario de la sidra en Donostia, con La hora de las gaviotas. Ahora, reincidimos con su último libro, El ladrón de rostros, que sitúa como escenario de sus crímenes y mutilaciones Sandaili, una humilde ermita y su cueva anexa ubicada en el término guipuzcoano de Oñati y con un fondo donde se alían ritos celtas y el arte de Oteiza en un espacio que, se dice, fue la cuna del loco aventurero López de Agirre.

Martín nos invita a conocer Jaturabe, su cañón y desfiladero, un espacio natural apartado que indica el final del valle de Araotz, uno de los rincones más escondidos de Gipuzkoa. Allí, acogotado entre las sierras de Aizkorri, Zaraia y Elgea, y cercano a un embalse y al paredón calizo donde se abre el conocido Ojo de Aitzulo, aparece Sandaili, un paisaje inquietante donde se oye el susurro del viento y el lento caer de las gotas de agua en su cueva mientras la vista se sorprende con el espectacular vuelo de las rapaces, principalmente esos cuervos inquietantes que actúan como testigos de muchos pasajes del libro.

Al abrigo de la sierra de Aloña se esconde una bella y misteriosa cavidad que guarda uno de los cultos más antiguos y originales de la vieja cultura de los vascos: las mujeres acudían para cumplir con un viejo rito de fertilidad de origen celta. Junto a la cueva, que incluye una pila ritual importante en el desarrollo de la novela, se ubica una pequeña ermita dedicada al santo San Elías, así como la antigua casa de la serora. Cuentan las tradiciones que allí acudían las mujeres yermas, hacían abluciones y en la ermita, para el santo, dejaban algo de ropa de bebé para pedirle poder quedarse embarazadas.