Rodríguez Zapatero llegó al palco de autoridades del Congreso con el tiempo justo de sentarse, por orden del protocolo, junto a José María Aznar y Felipe González. No se cruzaron otra palabra que el mero saludo. Ahora mismo les diferencia un abismo: Pedro Sánchez y sus delicadas concesiones a Carles Puigdemont para facilitar, principalmente, la amnistía al procés, y así seguir siendo presidente. Una doble sensibilidad política entre tres jarrones chinos que reflejaba el furibundo antagonismo a flor de piel que contaminó el acto de exaltación monárquica vivido ayer con motivo del acatamiento de la Constitución por parte de Leonor de Borbón y Ortiz al cumplir su mayoría de edad.

Con la sangre todavía caliente en la derecha por la foto de Santos Cerdán en Bruselas bajo la urna reivindicativa del soberanismo catalán, y latente, sobre todo en este Madrid cortesano, la rabia incendiaria por las cesiones al independentismo, resulta fácil de explicar que la Familia Real recibiera una atronadora salva de aplausos durante 238 segundos como si fuera concebida como una compensación anímica en el broche de una sesión protocolaria de hondo significado en los procelosos tiempos que corren y, sobre todo, se avecinan. O, tal vez, un cálido respaldo a la intencionada petición de la heredera a la Corona en su discurso de que “confíen en mí”, conscientes todos sus incondicionales de que los nubarrones sobre el futuro de esta institución que ahora representa su padre siguen acrecentándose más allá de las engalanadas Plaza de Cibeles y Puerta del Sol.

El inequívoco espíritu de aquel 78, destilado con añoranza comprensible entre la inmensa mayoría de los asientos de ilustres invitados y de amplios sectores de los diputados y senadores del PP, Vox y PSOE –por este orden–, vino a contrastar en paralelo con el furibundo rechazo esgrimido por partidos incluidos en el bloque que darán dentro de unos días el suficiente respaldo parlamentario a Sánchez para su investidura y que llegaron a imputar a la monarquía su “amparo de la corrupción”. Son las dos imágenes incapaces de converger mientras se agudiza un ambiente febril entre los dos bloques. Una convulsión que atrapa al bloque ministerial en funciones. Mientras el líder socialista trasladó a Leonor la “lealtad del Gobierno”, Ione Belarra amenazó con liderar una batalla podemita para impedir que jamás pueda reinar.

‘selfis’ para todos

Tampoco se esperaba una fotografía diferente dentro y fuera de la Cámara. Banderitas españolas sufragadas por Almeida y pasteles gratuitos de Ayuso colorearon una mañana de marcado rigor constitucionalista. Una ocasión propicia para juzgar el traje pantalón de la princesa de Asturias, confeccionado por una centenaria sastrería madrileña que vistió a Felipe VI en su boda, y en línea con el modelo y color siempre elegidos por su madre cuando anunció su matrimonio y en el bautizo de sus hijas. Incluso, el divertimento permanente durante más de una hora para que ninguno de los presentes se quedara sin un selfi de recuerdo. O de escrutar cada uno de los corrillos entre presidentes autonómicos, donde la frialdad separó a socialistas de populares.

Pero más allá del consiguiente boato, escrupulosamente macizado, también sirvió la sesión para detectar el ostensible guiño de sensibilidad autonómica que la presidenta del Congreso sigue empeñada en ahondar a su incipiente mandato. En un tiempo donde sigue sin librarse de las críticas por los gestos de servidumbre a las voluntades interesadas de Sánchez, Armengol, más allá de sus protocolarios saludos en las lenguas cooficiales, rehuyó en varias fases de su discurso de las citas rimbombantes y, en cambio, eligió para parafrasear sus apuestas por la igualdad y los retos del futuro a referencias de autores gallegos, valencianos y el vasco Felipe Juaristi.

Son destellos reveladores de que en la calle y en la opinión pública ya nada es igual que hace 37 años cuando el actual monarca juró la Constitución y que, además, afloran vestigios de un progresivo cambio político de incalculable repercusión. Como si pareciera que lo vivido ayer fuera simplemente un gesto obligado para revitalizar el tradicionalismo cuando, en realidad, ahora mismo solo importa que Puigdemont deje gobernar cuanto antes al bloque de progreso. l