Estoy hasta el hocico de los guaguaus. Bueno, aclaro, no de ellos; de sus dueños, o de una buena parte de ellos. También los hay cabales, es verdad.

Aquello de que el perro es el amigo más fiel del hombre me parece a estas alturas una frase que podía haber salido del departamento de marketing de la Coca-Cola. Algo así como la chispa de la vida. Para muchos, efectivamente, los canes se han convertido en un pilar de alegría vital, pero me temo que a expensas de otros muchos ciudadanos y ciudadanas.

La pasada semana, la perrita Lola se convirtió en protagonista de un viaje en autobús por la AP-8. No, no se trataba de Rin Tin Tin, aquel famoso pastor alemán que tras algunas películas del Oeste junto al cabo Rusty, tiene la huella de su almohadilla metacarpiana estampada en el Paseo de la Fama de Hollywood. Era Lola, el caniche de mi vecina de asiento, que en animada charla –quizás demasiado agitada– contaba por el móvil a una amiga las últimas novedades del estado de salud de su perrita.

Bueno, el tema duró hasta el peaje de Durango. Ya en la muga con Gipuzkoa, Susi, al otro lado del teléfono, pero cuyo tono parecía hacerla presente en la conversación, también le comentó a mi vecina de viaje la situación de su mascota Ruper, un labrador con problemas en la piel que ella atribuía a las altas temperaturas de estos días. Y así, entretenidos con Lola y Ruper llegamos al peaje de Zarautz, donde el tema derivó hacía la intransigencia de la ciudadanía corriente y moliente con los pobres canes. En ese momento observé un sitio libre y aunque fuese ya un poco tarde evacué mi asiento de consultorio canino. Me cambié a otro peor situado, pero más sosegado; no sin antes haberle brindado una sonrisa maléfica a mi vecina de viaje.

La expansión del imperio perruno

En Euskadi tenemos censados 106.000 perros paseando, jugando, ladrando, o defecando por las calles y montes de nuestros pueblos y ciudades. También contabilizamos un número bastante menor de 98.000 menores de 14 años. La caída de nacimientos ha ido en paralelo a una pujanza en el número de animales domésticos. Así que, el mundo perruno empieza a dominar sectores de la sociedad impensables en otro tiempo, donde los canes tenían un valor exclusivamente utilitario y pertenecían habitualmente al mundo rural.

Ahora ya no es así. Los perros y perras gastan abrigo, en algunos casos impermeable, y los he visto hasta con botines. Nada que objetar: hay muchos excrementos en la calle y Cari no merece pringarse de mierda. Los felices animales campan a sus anchas también por montes y playas, incluso en verano, aunque su presencia está prohibida en algunas de ellas. Estos últimos meses he sido testigo de varias trifulcas entre los dueños de los perros y usuarios de estas. En una llegaron a las manos, el chucho no intervino, tengo que decir.

Las mascotas se han vuelto muy caprichosas últimamente. Se rumorea que puede ser el estrés. En la Casa Blanca también tienen problemas con los canes. Según me acabo de enterar, las autoridades pertinentes han expulsado a Commander, el pastor alemán de Joe Biden, por sus reiterados mordiscos a los miembros del personal y del servicio secreto. No se sabe cuál será su futuro, pero se cree que ha sido el entorno estresante el responsable de las reiteradas dentelladas del pendenciero can.

Pero sí en algún caso esta falta de cordura llega a límites nada tolerables es con los perros mastines, cada vez más numerosos en algunos núcleos rurales. Disfrutar de un paseo por la naturaleza puede resultar una aventura tan aterradora como la película Host, de Rob Savage. Y es que a pesar de los carteles difundidos por los montes de cómo comportarse ante la presencia de un cacho perro mastín, nadie tiene el cuajo de pasar delante de ellos sin que se le corte la respiración ni se le encoja el estómago hasta un punto de definición grosera.

El cartelito de marras aconseja no pasar por medio del rebaño; no hacer frente al perro y tratar de pasar desapercibido, supongo que simulando que uno no está allí realmente. Pues, ni aún así. El año pasado presencié en las tierras alavesas de Maroño, el ataque de una de estas criaturas a un hombre cuya actividad peligrosa era la de correr junto al pantano. Y no era la primera vez, según contó. Sin ovejas a su alrededor, no sé cuál era el papel que cumplía el mastín, excepto la de mandar a pacíficos paseantes al hospital.

A finales del pasado mes se publicó la Ley del Bienestar Animal. Faltan aspectos por pulir todavía. Uno de los aspectos más relevantes es que los perros no podrán dejarse solos más de 24 horas. Se habló en su día que los dueños de los animales tuvieran que hacer un curso, pero parece ser que se ha dado marcha atrás al tema.

Creo que el curso debería estar centrado en cómo desarrollar un poco de sentido común cuando se tiene uno o varios perros. Esa es una tarea muy ardua; quizás por eso la han dejado en barbecho.

Periodista