SIN popularizarse aún los diccionarios de sinónimos y antónimos, mi generación le debe a Lloyd Morriset, creador de Barrio Sésamo, que aprendiéramos antes de escolarizarnos a distinguir acciones básicas de la vida: subir y bajar, avanzar y retroceder, estar y desaparecer... Viene al hilo de cómo una resaca electoral trata de distraer a los ciudadanos, sean militantes o distantes. Justifica el portavoz Urtasun al hilo del escaño de Sumar que “ayer no estábamos y hoy estamos dentro (del Parlamento Vasco)” porque “era la primera vez que nos presentábamos”. Será por el hecho de no vestir de morado, en tanto que su líder (no electa) fue hasta anteayer miembro de Podemos y su representante elegido, Jon Hernández, hasta diputado. Y luego está el asunto de los números que, aunque a los de letras se nos atraganten, leídos fríamente dicen más que cualquier reflexión con sus intrahistorias. El PNV, ganador en votos, firmó un 35,2% de apoyo (27 escaños) por el 39,1% (31 escaños) de 2020; al igual que en las municipales de 2023 logró el 32,2% de respaldo, que fue del 36,2% en 2019; o que en las últimas generales rascó el 24,13% cuando en las anteriores consiguió el 32,19%. Los datos nos dan además la Cámara más abertzale de la historia (54 asientos de 75) –que solo será tal si se realizan políticas en ese sentido– en el trance sociológico menos identitario de Euskadi, en función de los recientes estudios. Como diría aquel, estas son las cifras; suyas, las conclusiones.

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