EL caso de Alex y su traslado in extremis desde Tailandia a Cruces en un avión medicalizado del ejército es un ejemplo para los que viajan por esos mundos de Dios. Soy uno de ellos. Tengo en la mochila unas cuantas decenas de miles de kilómetros de rutas, circuitos y expediciones. Conocer culturas y costumbres es la mejor medicina para curar muchas prepotencias. Pone a cada uno en su lugar y a mí me hace sentir muy afortunado por nacer en este paralelo 45 al norte del ecuador. Pero viajar también implica riesgos y más en países sin suficiente infraestructura médica. Ahí es donde una póliza de seguros es imprescindible. Es el dinero que más a gusto pago por no utilizarlo. Afortunadamente, nunca he tenido que llamar al teléfono de emergencia, algo que siempre destaco cuando abro la puerta de casa y deshago las maletas. Las estadísticas dicen que alrededor de un 40% de los viajeros no contratan seguro alguno. Craso error. Cualquier incidente, por nimio que sea, no solo hipoteca la escapada vacacional que con tanta ansia se prepara en las semanas previas, también puede ser un oneroso recuerdo económico por la atención sanitaria que se requiera. Nuestra Osakidetza pública es un lujo que no tienen la gran mayoría de los países donde la medicina o es deficiente o es privada, con lo que las minutas son astronómicas aunque sea por poner unos puntos. Ser previsor solo cuesta una buena póliza. Y tampoco es tanto dinero comparado con el coste total del viaje.