Que cómo es eso de reír y llorar al mismo tiempo? Lo puede explicar cualquiera que se haya puesto una camiseta rojiblanca en los últimos nueve días. En Sevilla o en Sebastopol. A todas horas con una sonrisa tonta en la cara... y, de repente, turbios los ojos. Lo decía Oihan Sancet en sus redes sociales: “Y no paro”. Pero no, no se trata de llorar de felicidad. Tampoco es una afección neurológica. No son cambios de humor bruscos. Ni un caso de labilidad emocional como el de Joaquin Phoenix en Joker. Es otra cosa. Indescriptible con palabras quizás. Ni un delirio, a pesar de asemejar el desvarío que provoca un proceso febril; ni una conmoción, pese al estado catatónico, casi postraumático, con el que uno levita por la calle, también por las tareas de casa, el trabajo o lo que sea que se haya propuesto hacer mientras un runrún de voces y cánticos se mezclan con recuerdos que invaden su cerebro y le embotan los sentidos con que creía percibir la realidad hace solo diez días. ¡Ay, la realidad! Mejor la dejamos para la semana que viene. Esta es para recordar a quienes fueron parte de aquel millón del 84 (o a quienes viajaron a la Champions del 98, a Bucarest, a Valencia, a Barcelona...) y como Rente, Fidel, Txetxu... o tantos otros no pudieron estar en La Cartuja, tampoco este pasado jueves asomados a la ría; mientras reímos con quienes tras ellos, gracias a ellos, sí han contemplado por primera vez el paso de la gabarra. Izan zirelako gara, garelako izango dira.