Francis Scott Key, abogado y fiscal de Maryland de principios del XIX, puso letra a la música que luego sería el Barras y estrellas adoptado como himno de Estados Unidos. Ya, que a quién le importa un picapleitos con inquietudes poéticas del otro lado del Atlántico y de hace más de dos siglos. A nadie, seguramente. Sólo que mister Key daba nombre a los 8.636 pies (algo más de 2,5 km.) de la Ruta 695 de Maryland que permitían salvar el río Patapsco, que viene a significar remanso en la lengua original de los indios algonquinos a quienes expoliaron aquellas tierras. Sí, se trata del puente de Baltimore destruido por el enorme carguero repleto de contenedores de la empresa Maersk que responde al nombre de Dali. Y sí, cuesta entender que nada llamado así, aún sin el acento que distinguía al genio de Figueres, pueda quedarse sin luces. Pero sucedió. Al enorme portacontenedores le falló la energía eléctrica y entró en deriva, el práctico del puerto no pudo corregir el rumbo y la proa quebró uno de los pilares del puente, que se dobló para derrumbarse sobre el cauce. Lo que no sé es si alguien se ha percatado de lo metafórico del accidente: el volumen inmenso, inconmensurable, del comercio globalizado, ya en una fase de muy complejo control, es capaz de llevarse por delante los pilares de lo que se ideó, bajo la enseña de las barras y estrellas, como aquella primera democracia del mundo. También las posteriores, claro.