Es un patio con las mudas colgadas a orearse, un olor pestilente a fritanga y vergüenzas que asoman en camiseta frente a deslavadas batas con rulos gritando toda su mugre. Mugre, sí, que los hechos pringan. Alguien llamó así, los hechos, al conjunto de circunstancias de un suceso, un crimen. Y de eso se trata. Por envenenamiento. El de la política, transformada en chisme y ocurrencia con los políticos, algunos, transmutados, travestidos, en porteras que cuentan a quien quiera oír y solo se escuchan a sí mismas. De comadreos y patrañas va la cosa. Que si la mujer de se ve con, que si quien se acuesta con no paga, que si el marido de quien se ve con consintió a, que si la que se acuesta con quien no paga miente... Uno le achaca al otro y el otro le imputa al uno que se lo llevan crudo. Y en el griterío ambos lo tienen ídem. Peladas las barbas del vecino, quemado ya como un fósforo, un mixto, se remojan en porquería, un MAR, las propias, más canosas ahora que en aquel otro once de marzo del embuste, blancas de tanto maquinar, de intimidar, de novelar periodistas embozados cuyas preguntas se convierten en amenazas para la que miente porque se acuesta con quien no paga. Tóxico puro. Ponzoña. Y en las barandillas de esa corrala de Monipodio se convoca a reunión de escalera; en comisión, dicen. Será del delito. ¡¡¡Agua vaaaa!!! La política en balde. Entre todos la mataron y ella sola se murió.