ME da un poco la risa –aunque es una de esas risas nerviosas, entre la prevención y el pánico– cuando veo cómo ha ganado las elecciones en Argentina un tipo que se desarrolló profesionalmente en el entramado institucional público, se hizo hueco en la élite económica propugnando el fin del Estado y se reivindica como ultraliberal antiabortista pero también libertario, vaya usted a saber de qué. Lo mejor es que su populismo histriónico, que acaba de recibir el respaldo del 30% de los votantes argentinos y le ha puesto en cabeza de las quinielas presidenciales, ha hecho fortuna con el eslogan de echar “a la casta”. “La casta” es, en el discurso de esta ultraderecha, la clase política del país; como lo era mucho cuando las ultraizquierdas españolas iban a asaltar el paraíso. Pero ojo, que la casta son los otros; como el infierno, que ya lo dijo Sartre. El cambio, la casta, el sistema, la renovación, la democracia directa, la libertad de tomarse unas cañas, la construcción de la República vasca... allí y aquí hay tanto eslogan intercambiable que hace fortuna que el marketing político es el nuevo mercado de la especulación. Compramos barato los mensajes pero la burbuja siempre hace plop. Las puntocom, la inmobiliaria y la política. La política, como el chiste, es una actitud. No hace tanta gracia lo que cuentan como el modo en que lo hacen. Pero un buen monologuista no hace un buen presidente.