DEL caso de Carlota Prado, la concursante de Gran Hermano abusada sexualmente y comunicada sobre los hechos con las cámaras grabando, queda la sentencia ayer conocida y el tremendo asco de una telerrealidad que superó con este episodio las más altas cotas de indecencia. No me creo que la audiencia tiene los concursos que se merece. Ni el público necesita ver la reacción de una joven recién manoseada ni hemos acabado aprendiendo nada del cerco a los violadores y sus condenas. Después de seis años de los hechos y la tremenda emisión entre Carlota-Super con su megáfono que recorrió lo móviles, un juzgado ha condenado a 15 meses al abusador después de que la organización regara la casa de chupitos en la atmósfera irrespirable de un encierro para televisión. Tras los hechos, la dirección mostró a Carlota las imágenes, sin resistencia, sin peros, sin recuerdos. Seguía el show bajo la creencia de que aquí, como en la guerra, todo edredoning vale. El abusador no pisará la cárcel y la productora deberá indemnizar a la joven con mil euros. Mil euros por violarte dos veces, la segunda con público. Para dejarnos claro que esta colección de golfos no estaba solo dentro de la casa sino en la dirección, con su oportunidad mal entendida y que terminó en una huida de anunciantes y otro juguete roto. Lo más hediondo de este caso sigue siendo, sin embargo, su insonorización, con víctimas que son personas y el formato como responsable, nadie más. Sigan mirando.

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