EH, oiga. No mire a quien está sentado a su lado en el metro, a sus compañeros de trabajo o a los clientes que le rodean en la barra del bar. Me dirijo a usted. Sí, sí. A usted que se indigna cada vez que el suicidio de un chaval, víctima de bullying, salta a los medios. Qué barbaridad, no hay derecho, pero luego: Hijo, no te juntes con ese no vaya a ser que se metan también contigo. Hija, si esa niña está sola, ya se encargará el profesor. Eh, oiga, que ese alumno al que hacen el vacío estudia en el aula donde da usted clase, en el colegio que usted dirige, en el patio que vigila o el comedor donde sirve. No mire hacia atrás, que me dirijo a usted. A usted que se indigna porque a una actriz que ha ganado peso y ha osado posar en los Goya un idiota le diga que “cómo le ha metido al solomillo”. Pobre chica, habría que echar a los haters de las redes, pero luego: ¿Has visto a Menganita, qué gorda, qué flaca, qué pelos, qué arrugas, qué ojeras, qué pintas? No haga que busca algo en el bolso. No silbe mirando al cielo. No simule, en vez de darse por aludido o aludida, que estaba mirando el tiempo del finde en el smartphone. Que usted y yo ya sabemos quién es. Eh, oiga. Sí, sí, es a usted, que predica la igualdad y la conciliación, pero luego mejor contratamos a este, que está soltero. Que entre a en punto y que el niño vaya solo al autobús. Eh, oiga. No le dé vueltas a la Barik, al bolígrafo, al café. Dele vueltas a la cabeza, que es a usted.

arodriguez@deia.eus