Terminado el Mundial más polémico, lo más saludable es no perder ni un minuto en el análisis porque un repaso sin la suma de las turbias cuestiones que rodean la competición sería un fraude. Me quedo con el veredicto de culpabilidad de una empresaria vasca a la que le ha costado no seguir el torneo, pero que lo ha evitado por la mancha de la limitación de libertades del país. Piensen que todo esto se lo comenta alguien que sí ha prestado atención al evento, a pesar de todo lo que rodea al fútbol. Digamos que ese deporte es como una yema de codorniz muy sabrosa escondida dentro de un huevo de avestruz. Para llegar a la sustancia hay que atravesar demasiadas capas con la nariz tapada y al final el premio (la yema, la esencia) está contaminado por todo lo que lo rodea. ¿Es Messi -y vamos al grano- el mejor jugador de fútbol de la historia? A bote pronto yo diría que sí. El fútbol, como todos los deportes de élite, se ha convertido en una profesión en la que solo triunfan a ciertos niveles los y las más preparadas. Sigue habiendo talentos naturales que parecen tocados por la magia, pero se enfrentan a defensas y porteros dotados de una técnica que no había hace 30 o 60 años. Sin embargo, lo importante es que el fútbol, al igual que el tenis, la música o la literatura despierte y alimente emociones. Y ahí, Messi, como en su momento Zidane -otros dirán que Maradona, Cruyff o Pelé- tiene la capacidad de sentar a un espectador objetivo en la butaca a la espera de una obra maestra. Lástima lo de la mancha de su actitud fiscal y su aparente falta de implicación social.