NO deja de correr el reloj hacia el 21 de abril y la “prueba de la antena” sigue mostrando que nuestros convecinos no parecen sentirse aludidos con lo que nos jugamos el próximo domingo. Pone uno la oreja en la cola del súper, la parada del autobús, la farmacia o la barra del bar y no hay una sola conversación al respecto. Por lo menos, tal está siendo mi experiencia de las últimas horas. Y no es que sea algo muy diferente a lo que ya he visto en las elecciones inmediatamente anteriores, pero sí un paisaje que no tiene mucho que ver con el que recuerdo de comicios de hace diez y, no digamos, veinte años. No se trata de nostalgia sino de la constatación de que la sociedad vasca, que era una de las que vivía la política con mayor intensidad de nuestro entorno inmediato, ha ido perdiendo el interés hasta llegar a la apatía actual. Como quien no se consuela es porque no quiere, sí hay que señalar que es un fenómeno que se suele dar en las comunidades sin grandes problemas. O, por lo menos, que perciben que no los tienen. Cuando la sensación de zozobra es real, los ciudadanos “se ponen las pilas” y tratan de que su voto sí cambie las cosas. Mayo de 2001 fue uno de los últimos ejemplos.

Sé que la tentación más socorrida es culpar a los partidos de la desafección que describo. Es indudable que no son ajenos, pero si soy sincero, tampoco se me ocurre qué más cosas pueden hacer –y hablo, esta vez, de todos– para tratar de reconectar con sus posibles votantes y, más difícil todavía, para atraer a los jóvenes. Llevan ya varios años ensayando todo tipo de fórmulas y ni acaban de llegar a los jóvenes ni de recuperar a los de más edad. Como hemos visto con las llamadas formaciones de la “nueva política”, el entusiasmo que consiguieron despertar fue gaseoso. En unas pocas citas con las urnas han ido perdiendo, en algún caso, hasta el cien por cien de su respaldo. No es tan fácil dar con la tecla, me temo.