JAMÁS he sido defensor del piensa mal y acertarás. Por pura demostración empírica. Llevo la mochila llena de ocasiones en las que me he tirado de cabeza con el prejuicio para descubrir, generalmente sin tardar mucho, mi error. Otra cosa es que, con las canas que peino desde hace ya mucho, se me hayan elevado los niveles de susceptibilidad cosa fina. Vamos, que me cuesta un congo creer en las casualidades. Especialmente, si analizo los ingredientes que intervienen en las supuestas coincidencias.

Se lo ilustro con un ejemplo de ayer sin ir más lejos, cuando me desayuné con la misma noticia que dejaba en mal lugar al Gobierno vasco en dos medios ideológicamente bastante distintos. Aunque en la letra menuda y en el planteamiento había elementos dispares de matiz y también variaba la gradación de la no sé decir si crítica o denuncia, la miga era idéntica. Se desvelaba (o así) que Osakidetza ha puesto en marcha un plan de choque para reducir las listas de espera que incluye o que tiene como eje central (según una u otra cabecera) la derivación de pacientes a la sanidad privada. Expuesto así, parecería que el compromiso del lehendakari de reducir las listas en seis meses se va a llevar a cabo tirando de chequera y, lo que es más impopular, engordando los bolsillos de los centros privados. Ahí nos encontramos con el clásico de la media verdad que es peor que una mentira. Como tuvo que salir a explicar la consejera de Salud y como saben miles de pacientes que han pasado por esa experiencia antes, durante y después de la pandemia, estas derivaciones se vienen haciendo desde hace mucho tiempo. Pero a quién le importa.