TENGO los suficientes años y las suficientes lecturas como para saber que la hoy llamada “vieja guardia” del PSOE fue un día la “nueva guardia”. Es verdad que ha llovido mucho desde entonces. El año que viene se cumplirá medio siglo. Los entonces considerados carcamales socialistas del exilio que encabezaba el ya crepuscular Rodolfo Llopis –a 19 de cada 20 lectores ni les sonará el nombre– fueron apartados de un plumazo y sin contemplaciones en la localidad francesa de Suresnes por un hatajo de arrolladores jovenzuelos a cuya cabeza estaban los sevillanos Felipe González Márquez y Alfonso Guerra González. Bien es verdad que fue con la bendición de la sección vasca del partido, con Nicolás Redondo Urbieta al frente, que siendo el sucesor designado, tuvo la generosidad de apartarse merced a un episodio que ha quedado reseñado en la historia como el Pacto del Betis.

Aquello merecería una serie o, como poco, una película. Yo me limito a recordar someramente los hechos, ahora que los entonces levantiscos protagonistas, devenidos en dinosaurios que no saben que ya no pintan nada, se han erigido en chusca resistencia contra la actual dirección de su partido. Cacarean González, Guerra y alguno otro más joven como Ramón Jáuregui que una ley de amnistía para los que participaron en el procés no cabe en la Constitución. Teniendo en cuenta sus antecedentes y los de los de buena parte de los miembros de esa generación, la respuesta es sencilla: ¿es que acaso cabía el GAL, por citar solo una de la cien tropelías que perpetraron? Ni siquiera procede aguardar respuesta. Basta sonreír y no hacerles ni caso.