Antecedentes

– Tengo edad suficiente para recordar cómo el mayoritario sentimiento identitario escocés no tenía su correlato en la representación institucional ni en el Reino Unido ni en su propio territorio. Durante decenios, el SNP, el Partido Nacional Escocés, obtuvo resultados tirando a testimoniales. Todo empezó a cambiar a finales del siglo pasado, bajo el liderazgo de Alex Salmond y, según se apunta, gracias al influjo del actor Sean Connery, que a pesar de su doble condición de agente secreto por antonomasia al servicio de su británica majestad en la ficción y de Sir en la vida real, abrazó la causa de su país con gran predicamento. Obviamente, hubo otros condicionantes, como el declive de la monarquía Windsor, envuelta en mil y un escándalos, y la ramplonería de los diferentes inquilinos –da igual conservadores que laboristas– del 10 de Downing Street. La suma global llevó a lo increíble un cuarto de siglo atrás: la suficiente pujanza como para obligar al primer ministro, David Cameron, a aceptar un referéndum de independencia.

Liresa a pulso

– Es cierto, como recogen las hemerotecas que ya son historia, que al final primó el vértigo y ganó la permanencia en la Unión por una diferencia de 11 puntos. Pudo haber sido el final del sueño, pero el soberanismo supo sobreponerse a la derrota y al durísimo golpe que supuso la dimisión obligada de su líder carismático, el mentado Salmond, tras las imputaciones por violación y abusos sexuales de las que años después saldría absuelto. Casi nadie daba un duro por su sustituta, Nicola Sturgeon, que, si bien no era una absoluta desconocida, tampoco gozaba del tirón de su antecesor, mentor y, por cierto, hoy gran enemigo. Sin embargo, los hechos desmintieron las negras profecías. Sus dotes de comunicación y su capacidad para el ajedrez político tanto en lo interno como en lo externo la convirtieron en lideresa indiscutible del partido y del independentismo escocés.

Nuevo tiempo

– Cada cita con las urnas se ha saldado con resultados más que notables. Así, en 2015, llegó a tener 56 de los 59 escaños escoceses de Westminster y en 2021 le plantó cara en su circunscripción al entonces intratable Boris Johnson. Hace apenas unos meses, pese al varapalo judicial a su propuesta de segundo referéndum, parecía decidida a convertir las próximas elecciones en plebiscito. Sin embargo, ayer compareció por sorpresa para anunciar que en su cabeza y en su corazón –expresión textual– sabía que había llegado la hora de abandonar el liderazgo del país y del partido. Más allá de los motivos, se abre un nuevo tiempo en Escocia.