EN política, mentiroso es siempre el otro. Lo enternecedor, rozando lo cínico e hipócrita, es que cada vez que los focos señalan a un trolero, nos llevemos las manos a la cabeza con gran escándalo. Es lo que está ocurriendo ahora con el atribulado Alberto Núñez Feijóo. Como le han pillado en seis o siete embustes, y el último, el de la revalorización de las pensiones, ha sido clamoroso y transmitido a todo el planeta, le están haciendo el traje del fulero político más grande desde la invención de la democracia. Es verdad que el gallego se lo ha buscado, pero también resulta chusco que sus rivales políticos parezcan haber caído de un guindo para descubrir, oh sorpresa, que en el debate público las faltas a la verdad son una constante. Y que tire la primera piedra quien esté libre del pecado de haberse sacado un dato de la sobaquera, forzado una cifra para que cuadrara con el discurso, retorcido un hecho a beneficio de obra o, directamente, inventado algo que jamás sucedió.

Por lo demás, la mecánica del infundio es tan puñetera que acusar a alguien de mentir puede ser perfectamente una mentira en sí misma. Ocurrió anteayer, sin ir más lejos, en un debate radiofónico en Gipuzkoa. Después de que la cabeza de lista del PNV, Maribel Vaquero, asegurase que su partido consiguió que en 2018 y 2019 se subieran las pensiones con relación al IPC y que se aumentaran un 60 por ciento las pensiones de viudedad, las candidatas Rafaela Romero y Pilar Garrido acusaron a la jeltzale de tirarse un largo y, entre otras lindezas, “marcarse un Feijóo”. La solución, de nuevo está en la hemeroteca, que certifica que Vaquero dijo la verdad.