El nuevo superministro se ha dado un baño de populismo porque ha aplicado su acreditada “ley del embudo”. Ésta consiste en dialogar con los catalanes de todo, pero sin traspasar las líneas rojas que marca la Constitución, que son por definición “innegociables”. Hay que puntualizar que el sentido de la libertad asegura que la negociación con Junts per Cat se entendía “pari passu”, que nadie dominaría a nadie. Esa fue la condición que Puigdemont puso para otorgar sus votos para la investidura de Sánchez. Un brindis al sol, pues una vez nombrado presidente era de esperar que Bolaños empezara a vacilar a Junts. Aparte de la ley de amnistía, que requería su previa presentación en las Cortes, anunciar el traspaso de Rodalies, financiación de la Generalitat y otros temas de impacto, la condición esencial de Junts es la negociación de un referéndum de independencia en Catalunya, ante el cual Bolaños ya ha invocado el latiguillo de “las líneas rojas imposibles de traspasar porque lo impide la Constitución”. 

Aquí opera su dialéctica fulera de El Lazarillo, pues en las condiciones para la cesión de sus votos, estaba negociar el referéndum que fue asumido por ambas partes. Si no, no hubieran apoyado a Sánchez. Ahora se impone la parte más fuerte a la hora de negociar, pues las líneas rojas sólo las puede imponer un Estado procaz como España, aunque también las puede invocar Catalunya que son líneas rojas, pero en sentido opuesto, de manera que si no entraba en los asuntos a negociar el referéndum, Sánchez no sería presidente.

En eso Puigdemont fue categórico y soportó estoicamente la presión de la prensa cautiva española y los camelos de los traspasos y concesiones a la Generalitat, asuntos que para Catalunya eran secundarios, pues las líneas rojas de Bolaños , después de tener los votos de Junts le permitían especular con las palabras con la habitual actitud prevalente española, lo que evidencia que la negociación era “primus inter pares”. Hau da koska, Bolaños jauna.