Tenía la última hora para extracción de sangre, cuando a las 8.20 desde la puerta de entrada en el ambulatorio de Hernani me dirijo a las personas de recepción: Tengo que pasar pero se me ha olvidado la mascarilla. Aquí no damos mascarillas... “¿No dais mascarillas o no me quieres dar?”, replico con buen tono, pero indignado pues las farmacias a esa hora están cerradas y vivo a 15 minutos. Este pasaje surrealista me recordó el diálogo entre el río cantarino que fluye sin compás y el canal uniforme y distante del cauce vivo, por la importancia de saberse que cumple una función. Imposible todo intento de comunicación entre mentes flexibles y libres con derecho a olvidarse cosas y un frío intelecto protocolizado; máxime al creerse con poder en personas que acuden a ella (porque no nos queda otra), para conceder o no lo que necesitan. Distancia interpuesta por un mostrador y mampara, sin reparar en que, así como el agua del canal vuelve al cauce del río, al final de su jornada, en su barrio o comunidad, le tocará convivir con ese vecino que fue a su ventanilla a pedir como mínimo amabilidad. A su vez, alejada de quienes pudieran haberle impuesto protocolos inflexibles desde creencias inequívocas.