REDIRIGEN a Adolfo Araiz la misma pregunta que la semana pasada un periodista le hizo a su correligionario y candidato de EH Bildu a la presidencia de la CAV, Pello Otxandiano: “¿Considera a ETA una organización terrorista?”. Araiz, como el otro día Otxandiano, sale por peteneras y, para sorpresa de nadie, evita calificar al extinto grupo armado de terrorista. Muchos de los observadores que, desde los grandes medios de comunicación del Estado, han puesto estas últimas jornadas sus ojos en la campaña vasca, han mostrado unos su admiración otros su desconcierto por el tono sosegado en la que, en general, esta se ha desarrollado, a años luz de la bronca y la hipérbole en la que se ha instalado la política madrileña. No es casualidad que fuera un medio capitalino el que realizó la ya citada pregunta, casi el único momento en que, ya en su recta final, la campaña vasca subió algo en decibelios. Muchos de esos observadores son los mismos que, una vez conocidos los resultados, muestran estos días unos su admiración otros su desconcierto por el hecho de que la ciudadanía de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, haya votado, una vez más, lo que le ha dado la gana y no lo que le decían desde Madrid que tenían que votar. Habrá estudios poselectorales que dilucidarán si haber metido a ETA en campaña ha restado algún voto a EH Bildu y, correlativamente, sumado alguno a sus adversarios. Más de uno seguro que habrá, pero que no son muchos lo demuestran los propios resultados. Probablemente serán todavía menos en próximas elecciones. Nos gustará o no, pero ETA, aquí, es agua ya muy pasada. Algún día algún periodista madrileño le volverá a formularla preguntica a la lehendakari electa de Euskadi, o de Nafarroa, o de las dos. La respuesta no cambiará nada, pero no estaría mal que, para entonces, los servicios de comunicación de la fuerza que ocupe el actual espectro de la izquierda abertzale se hubieran currado un poco más la respuesta.