Aunque todavía no nos sintamos preparados para la pendiente electoral que se inicia el año que viene con las elecciones municipales y forales, hay que empezar a estar avisados porque las maquinarias de producción de mal rollo y desgaste del rival ya están en marcha. 

En las próximas semanas y meses tendrá más valor el reproche que el consenso; se elevarán los tonos contra las administraciones tanto en el ámbito político como en el sindical y el mediático. En el primero va de oficio: la oposición está para eso, para convencer a la ciudadanía de que son alternativa y el rival es el demonio –pero no un diablo cojuelo, cachondo y vacilón, no; el mismísimo Belzebú que acosa y persigue al votante metiéndole mano al bolsillo o metiéndola demasiado poco–.

En el sindical no hay mejor ciclo de presión a una administración que una precampaña, verán: todo es un caos si no se mejoran las condiciones laborales. También es natural. Y en el mediático ya hay quien practica la búsqueda de la imagen menos favorecedora, el comentario más hiriente y el enfrentamiento con colectivos sociales exacerbando las diferencias hasta la descalificación. Los medios no somos neutros y mucho menos desinteresados, que para algo tenemos nuestro criterio editorial con toda la legitimidad del mundo. El fraude lo practican quienes pretendan aparecer como objetivos y neutrales, almas traslúcidas carentes de pasiones, cuando, en demasiadas ocasiones y por interés, no llegan a veraces.

Perdidos el paraíso y la inocencia, la protección mental del ciudadano es relativizar y contrastar todos los mensajes en estos períodos. Relativizarnos y contrastarnos, primera persona del plural. A políticos, sindicatos y medios. Es un esfuerzo tan grande el que pedimos que muchas veces pesa más el mal rollo y alimenta la abstención. Aquí y en Roma; allí, recientemente, por cierto.