En Mini soplan aires de renovación. La única marca concebida a partir de un modelo embrionario va a remodelar completamente su catálogo este año. La operación de puesta al día comienza por el Countryman, cuya corpulenta y funcional tercera generación aspira a convencer y cautivar al público familiar más estiloso. El peculiar SUV simplifica su reparto motriz al ofrecer cuatro posibilidades de combustión –tres a gasolina (170, 218 y 300 CV) y otra a gasóleo (163 CV)– y dos con impulsión 100% eléctrica (204 y 313 CV). Más grande, capaz y pertrechado, el nuevo Countryman es también más costoso: reclama de 39.400 a 59.400 euros por las variantes térmicas, y de 50.910 a 58.950 por las de batería.

Se dice que quien adquiere un Mini no quiere un coche, quiere un Mini. En ocasiones, los condicionantes particulares (edad, hijos, actividades, etc.) inducen a esa clientela fiel a decantarse por un polivalente Countryman, en vez de por el formato más compacto y ‘genuino’. No obstante, esta interpretación SUV suele ser un descubrimiento para algunas personas en similares circunstancias, cuyos planes iniciales de compra no contemplaban a la marca. Mini espera que, a partir de ahora, este modelo le genere una de cada tres operaciones de venta.

En la nueva remesa, el Countryman adquiere un tamaño que concuerda aún menos que antes con el nombre del fabricante. Ya no es nada mini. El habitual estirón de cada salto generacional contagia esta vez a casi todas las cotas del vehículo. Esta entrega aumenta considerablemente la eslora (13 cm), hasta alcanzar 4,44 metros; también lo hace y mucho (más de 7 cm) la altura, situando el techo a 1,63 m del suelo; a su vez, la anchura y la distancia entre ejes ganan un par de centímetros.

En consecuencia, el Countryman presenta una notable corpulencia, compatible con una aerodinámica mejorada, e incrementa la amplitud interior. Satisface adecuadamente las necesidades de transporte de cualquier familia media gracias a sus razonables cinco plazas (admite ocupantes talluditos) y a los 440-460 litros del portaequipaje; ese volumen merma al aprovechar los 13 cm de desplazamiento de la banqueta trasera para hacer más sitio a las piernas.

Los cambios suelen propiciar discrepancias, en especial cuando afectan a la imagen. Habrá, por tanto, quien aplauda y quien censure la apuesta estética de Mini en este Countryman. Subjetividades a un lado, lo que está fuera de toda duda es que la nueva entrega procura un muy buen coche; posiblemente más funcional que conmovedor, de acuerdo, pero con un estilo inconfundible y una considerable relevancia social.

Una gran pantalla multifuncional circular preside la cabina. Fabian Kirchbauer Photography

Así que el mayor de los Mini encuentra acomodo en la categoría premium. Hace de ella su hábitat natural, más por diseño, pedigrí, calidad y precio que por un refinamiento extremo o una ornamentación suntuosa. De hecho, su puesta en escena interior muestra una sencillez casi minimalista, salpicada de notas de color y de guiños retro como la barra de interruptores en la consola (parada, selección de marchas, arranque, modos de conducción y encendido de la pantalla multimedia). Proliferan a bordo los materiales sostenibles procedentes del reciclaje (aluminio, plásticos, revestimientos textiles, etc.), todos ellos minuciosamente ensamblados y con un tacto agradable.

La mayor concesión al lujo del Countryman es de índole tecnológica y se percibe, precisamente, en esa gran pantalla táctil circular que preside la cabina. Es un instrumento de 24 cm de diámetro con tecnología OLED de alta definición que controla un avanzado sistema operativo (el mismo que en los BMW de gama alta); permite gestionar on line y de manera intuitiva todas las funciones del vehículo, desde variar el estilo de la instrumentación hasta actualizar en remoto el software, incluso mediante ordenes vocales.

El fabricante alemán de origen inglés vende el Countryman con cuatro terminaciones, progresivamente más costosas y equipadas. Las que coronan el repertorio cuentan con tecnología de conducción autónoma de nivel 2. La oferta motriz mezcla cuatro variantes de combustión y dos eléctricas, compartidas con productos BMW; las propuestas híbridas enchufables desaparecen del catálogo. En la vertiente térmica figuran un bloque diésel (163 CV) y dos de gasolina (el tricilíndrico de 170 CV y el de cuatro con 218), todos microhibridados y con etiqueta Eco. A ellos se suma la ejecución John Cooper Works, que hace gala de reacciones más efusivas aprovechando sus 300 CV. Completan la gama dos variantes totalmente eléctricas; la E rinde 204 CV y 313 la SE. Esta, como las dos de gasolina más solventes, distribuyen su energía a las cuatro ruedas; las demás son de tracción delantera. La transmisión es siempre automática, de siete relaciones en los Countryman térmicos y de una en los de batería.