“Ahora estoy bien, pero he tenido que parar un año completo. Solo trabajaba, llegué a no tener vida personal”, reconoce Izaro, que el 31 de este mes cumple 30 años y estrena en Durangoko Azoka videoclip y su quinto disco, Cerodenero, un álbum nuevamente bilingüe y autoeditado en el que a su particular y dulce mezcla de pop, folk y sonidos latinos suma una atrevida incursión en sonidos electrónicos. “Este disco es como subir una montaña, un viaje desde la rabia y la tristeza hasta la sanación”, explica Izaro.

¿Qué queda de la Izaro adolescente y tímida de su debut en 2016?

En los últimos años he trabajado para dar las gracias a mis Izaro del pasado. Aquella joven que se había obligado a tocar la guitarra, bastante mal, y que se atrevía a cantar ante la gente, era muy, muy valiente. Si tuviera que hacer todo lo que hizo esa muchacha... (risas).

¿No se habría atrevido ahora?

Ahora sé lo que cuesta llegar hasta aquí. Qué tía, fui una echada para adelante. Gracias a ella estoy hoy aquí. Le estoy muy agradecida a todas esas Izaro del camino.

¿Éxito progresivo pero constante?

Eso es, tiene cierta constancia y un sentido, aunque no he tenido descanso. He necesitado hacerlo un año.

¿Llegó a petar y necesitar ayuda?

Sí, peté. Me pasé de rosca en cansancio tras la pandemia y con Limones de invierno y Limones de oro. Se alargó mucho la temporada de ambos y se nos acabaron acumulando cosas que igual tenía que haber revisado antes respecto a la fama y cierta exposición. Y el no parar de trabajar.

¿Mucho trabajo y poca vida?

“Peté y me pasé de rosca, solo trabajando y sin vida personal. Este disco muestra mi proceso de sanación”

Exacto, no tenía vida personal. Fue un sacrificio el estar trabajando siempre, y me pasé de rosca. Y del cansancio pasé a la tristeza. Me atasqué, así que me apunté a terapia y he tenido este 2023 como año sabático mediático, sin redes, líos ni conciertos, para volver a encontrarme y poder usar mi vida. Trabajé como un pollo sin cabeza, no podía más.

Cantaba ‘La felicidad’, pero escondía algo oscuro.

Sí, hubo momentos previos a salir al escenario con los brazos cruzados, la cara torcida y sin ganas de cantar. No quería dar más de mí, necesitaba escucharme. Este trabajo tiene mucha presión más allá de los conciertos. Con 25 años, abrí mi propia empresa para tener mi sello discográfico. Emitía nóminas sin haber recibido nunca una, y lo fui aprendiendo todo en vivo. Fue una salvajada.

“Ahora estoy mejor”, se oía en ‘Ventanas cerradas’.

Esa canción es de 2022, pero es ahora cuando sí estoy mejor (risas).

Hablaba de la sobreexposición. Eso refleja la canción ‘X eta besteak’ ¿no?

Totalmente, ahí hay una lista de traumas que tuve con esa exposición masiva. Es una canción en la que saqué la rabia. Nunca había tenido la necesidad de escribir como alguien famoso, ni de gestionarlo, así que canalicé esa rabia y dolor en ella. Es un tema muy importante que marca un antes y un después para mí.

¿‘Limones de oro’ cerró una puerta y ‘Cerodenero’ abre otra?

“Iniciaré la gira en Bilbao, en Euskalduna Jauregia, el 2 de enero, y luego tocaré dos días en el Kursaal, el 3 y 4”

Así es, y coincide que el 31 de diciembre cumplo 30 años. Cierro ciclos cada año. Mi apogeo comercial lo he vivido en la década de los 20, y ahora siento que han pasado casi 10 años y me siento como una Izaro 3.0. Estoy cómoda en mi piel, agradecida y preparada para otra década. Me siento capaz dentro de mí.

Lo primero que se oye es “zero, hasiera edo…”. ¿Un inicio o no?

Va de poder decidirlo yo, cuánto enseñar o no. Realmente, no se puede empezar de cero, todos llevamos mucho detrás, pero sí he dado una vuelta de 360 grados para volver al mismo punto tras verlo todo. Me ha dado perspectiva; eso es este disco.

En él subyace un tránsito, un viaje.

Tal cual. Es una expedición de alta montaña. Al escribirlo tenía una montaña delante, esa rabia y tristeza, pero tuve que subir, llegar a la cima y bajar. Y las canciones están ordenadas así, desde Zero a Campamento base… Muestran todo el viaje, mi reflexión y mi sanación final. El disco es sanar tras indagar en la herida a través de la electrónica. Y en lo más orgánico está en la curación.

¿La novedosa orientación electrónica es fruto de su colaboración con Zahara y de su disco ‘Puta’?

Me he empapado en las canciones y en cómo contar las cosas de gente que también ha tratado la rabia, caso de Zahara en ese disco que citas. Usé ese sonido para canalizarla, y ahora Zahara es una gran amiga.

‘Campamento base’ me recuerda a Shakira.

¡Guauuu! Que Bizarrap te oiga (risas).

Junto a lo más novedoso mantiene sus gustos tradicionales. En ‘Limoiondo’ suena a Norah Jones.

Ahí está, sí (risas). En el contrabajo, las congas, el piano de color ámbar… Y vuelta a los limones en esa canción. Incluye trocitos de letras de temas anteriores para agradecer a mis Izaro de antaño traerme hasta aquí.

¿Puede ser su primer disco de madurez? El más valiente, sin duda.

No sé… Escucho mi debut, Om, y veo cosas súper bonitas y raras, pero desde mi perspectiva, claro. Es un disco acorde a mi edad, a mi madurez de 30 años. Por cierto, me gusta cómo Adele titula los discos con la edad que tenía cuando los grabó. Es muy adecuado, como la fotografía del artista en cada edad.

“Si te sientes atrevida”, repite.

Sí. Eso sí es de la Izaro actual, las antiguas no se vieron a sí mismas valientes, pero yo sí las veo así ahora. Por ejemplo, me lo he pasado muy bien en el estudio de grabación, pero no toco nada de la mesa, los botones se los dejo a Eñaut Gaztañaga, que ha producido el disco conmigo y la banda. Yo intento transmitir todo lo que quiero con pelos y señales, y ellos hacen de traductores neuronales.