Hace tiempo que Sting no firma un éxito de importancia, pero sus clásicos, que le han reportado ventas superiores a los 100 millones de discos, le han situado entre la realeza musical popular del último medio siglo. Se comprobó anoche en un abarrotado Bilbao Arena donde el británico, septuagenario pero elegante y juvenil, lideró una velada nostálgica de pop adulto –y de rock, jazz, folk, reggae, gospel y algo de world music– donde sonaron himnos para bailar o emocionarse como Roxanne, Fragile, Every Breath You Take o el inevitable Englishman in New York.

Dice la canción botxera que “un inglés vino a Bilbao por ver la ría y el mar, pero al ver a las bilbainitas, ya no se quiso marchar”. Sting vino, cantó, venció y se fue por donde había aterrizado, para proseguir con su gira My Songs, volcada en casi una veintena de sus canciones favoritas, las propias y de The Police. Vista la respuesta entusiasta de las miles de personas que llenaron el Bilbao Arena, también eran las suyas.

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En imágenes: Los fans de Sting no se pierden la cita en el Bilbao Arena J. M. Martínez

El público, maduro, comedido y que asistió respetuoso a la actuación como telonero del hijo de Sting, Joe Sumner, se empezó a soltar a las 22.00 horas, cuando el aita sacó el aguijón y les picó con Message in a Bottle. A partir de entonces, pista y gradas vivieron embelesados durante 100 minutos un recital que, sí, dejó algún espacio al presente artístico del británico, pero que reventó con sus clásicos en solitario y, especialmente, los compartidos con The Police.

Tipo listo, capaz de teñirse el pelo y pasar por punk en los 70 cuando rozaba la treintena, Sting volvió a encandilar a su público camino de los 72. Elegante, enjuto y mazado, con su bajo en bandolera y en tan buena forma física como vocal, picó y volvió a picar en un arranque frenético, embelesando a unos convencidos fans que se dejaron las palmas con una banda sonora de pop adulto teñida por la nostalgia. Sus escasas paradas recientes –Loving You y Rushing Water, de su disco de 2021– supusieron un descanso en la entrega de sus fans.

Dinamismo

Sting, jovial y bastante dinámico sobre un escenario abierto y bien iluminado, se apoyó en los sonidos reggae y nuevaoleros de los clásicos de The Police –de Roxanne a Every Breath you Take, pasando porWalking on the Moon y un So Lonely con guiño a Bob Marley–, ofrecidos con menos urgencia que los originales junto a una banda de músicos con pedrigí, capaces de saltar de estilo sin despeinarse, del jazz al rock, pasando a los sonidos jamaicanos, el folk y la música global, y liderados por el guitarrista y fiel escudero Dominic Miller (The Pretenders, Peter Gabriel, Brian Adams y Tina Turner) y el batería Josh Freese, que ha prestado baquetas a Devo, The Offspring o Guns N’ Roses.

Con el apoyo de un micrófono inalámbrico, tres pantallas de vídeo y la garganta privilegiada de los coristas Gene Noble y Melissa Musique, Sting buceó también entre los éxitos de su etapa en solitario, reconocidos y coreados por los fans, del paseo jazzístico y tempranero de Englisman in New York a la exótica Desert Rose, pasando por If You Love Somebody Set Them Free y baladones como Fields of Gold y la solidaria y postrera Fragile, ambas cimas de emoción contenida del concierto.

13 años después de visitar el BEC, el británico nos hurtó la que quizás sea su mejor canción, I Hung My Head, esa joya country construida sobre la triada de armas de fuego, muerte y arrepentimiento que bendijeron Springsteen y Johnny Cash, pero pareció no importar a nadie. Todos se fueron a casa dispuestos a, como cantó en un Brand New Day con recuerdo a Stevie Wonder, poner el reloj a cero para disfrutar de cada día nuevo que se nos brinda.