No recuerdo bien dónde, creo que en una revista del ejército (al fin y al cabo era hijo de Ramón Salas Larrazábal, general de Aviación y conocido historiador militar, especializado en la Guerra Civil y su esposa, Eulalia Lamamié de Clairac Nicolau...), donde leí que soñó con ser boxeador, Billy Wilder o dibujo animado, pero “como no valía para nada, tuve que hacerme periodista y opositar a funcionario de la televisión pública”. Es una curiosa carta de presentación de Ignacio Salas, un hombre de fina ironía y virtudes reseñables para el siempre difícil papel de showman a tumba abierta.

En alguna otra ocasión comentó que, dado su aspecto, sus padres decidieron que naciese en Bilbao porque así “pasaría más inadvertido”. Ese era su espíritu, el aliento de un showman que a lo largo de su vida demostró que valía casi para cualquier cosa. No en vano, cabe recordar que dentro del medio televisivo Salas trabajó como redactor, locutor, reportero, realizador, guionista, creativo y presentador de programas, siempre con esa barba estilo hippie, alborotada, y un humor irónico de primera magnitud.

¿Qué hubiese pensado su familia, de corte conservador, sobre un hombre de triunfó de lo lindo en la televisión pública de la época socialista, cuando no existía el actual vendaval de canales y plataformas...? ¡Quién sabe! Había nacido en septiembre de 1945 y su patio de recreo fueron los campos de paracaidismo. Su padre se introdujo en ese mundo en el año 48 y esta actividad marcó toda su infancia y adolescencia. Los paracaidistas fueron sus héroes y llegó a comentar que para él eran tan importantes como el Capitán Trueno, Bahamontes o Zarra. Intentó convencer a su padre para que le facilitase el salto pero este le explicó la diferencia que había entre la vida civil y el mundo militar. Le decía que aquello era una Escuela de Paracaidistas, no un circo. Lograría saltar a los 35 años. Cubierta la tradición.

Volvamos a la imagen de Ignacio ligada a la televisión. Un currículum exprés dice de él que fue periodista, sociólogo y programador de TVE, además de presentador, realizó labores de redactor, reportero, locutor, realizador, guionista y hasta creativo publicitario; de hecho, se encargó durante años de los anuncios de Citröen. También con Summers.

Su fama en la pequeña pantalla le llegó a raíz del programa Y sin embargo... te quiero (1984), que presentaba junto a Guillermo Summers y Pastora Vega en TVE, y con el primero también trabajó en Juegos sin fronteras a finales de esa década y ya en 1993 en Objetivo indiscreto. Con el primero de los programas revisaban la programación de la semana de los dos únicos canales que existían en aquella época. Dotaban a todos los programas que presentaban de su característico humor y sarcasmo y en muchas ocasiones se comportaban como dos niños grandes, de ahí que enseguida se ganaran el cariño del público.

Además de los programas citados, Salas participó en otros espacios como Segundos fuera, Si te he visto no me acuerdo, No tiene nombre, Esto es Joyibú y Entre dos luces. Durante siete temporadas (hasta 2002) se encargó junto a Guillermo Summers de la creatividad de las campañas promocionales de Citröen y en TVE su último trabajo fue como co-guionista y presentador de reparto del concurso cultural de La 2 Al Habla.

Tanto empuje, tanta presencia, le llevó a los despachos. Fue elegido presidente de la Academia de la Televisión en abril de 2000 sustituyendo en el cargo a Antonio Mercero. En junio de 2004 fue reelegido para este puesto que dejó en 2006 y en el que le sucedió Campo Vidal. De los despachos pasó al retiro. Vivía solo, con sus gatos, cuando un cáncer de pulmón acabó con la vida del ingenioso Ignacio.