Siendo Bilbao puerto antes que villa no es de extrañar que ya en 1511, mediante Provisión Real de Doña Juana, se crease el Consulado, Casa de Contratación, Juzgado de los hombres de mar, tierra, y Universidad de Bilbao. Fue la Institución encargada de regular el comercio en el Puerto y ría de Bilbao, de proyectar y ejecutar las infraestructuras viarias y portuarias, de programar los estudios de navegación y de formar a capitanes y pilotos. Durante los tres siguientes siglos jugó un papel esencial en el desarrollo de Bilbao y su ría.

Y siendo, insisto, puerto antes que villa, las embarcaciones formaban parte de la fiesta de diversas formas, ya fuese como simples soportes de decoraciones efímeras, como tribunas, como actores de batallas escenificadas, como castillos de estruendosos cañones o, aprovechando su función marítima, como transportes que realizaban tareas procesionales.

Sin embargo, ninguna de estas funciones les proporcionaba un papel fundamental en la fiesta. Para lograr algo así las embarcaciones debían trascender su mero papel naval y convertirse en reflejo de la supremacía municipal, señorial, jerárquica, administrativa o de cualquier otra índole. En este sentido solo una villa, entre todas las del territorio, percibió la importancia de poseer una embarcación que fuese símbolo permanente de su poder. Esta villa, como es de suponer, fue un Bilbao que relucía.

Bilbao, a través de la ya entonces más que centenaria institución del Consulado, afirmó su territorio marítimo hasta la misma entrada de la ría del Ibaizabal, frente a la costa de Portugalete. Será el Consulado quién se encargue de velar por el mantenimiento de la jurisdicción naval, bajando anualmente en procesión desde Bilbao a Portugalete para tirar la piedra con la boya que cercioraba la llegada de Bilbao hasta las mismas puertas de la villa jarrillera, eligiendo los pilotos que debían vigilar y ejecutar la entrada de los barcos por la ría hasta que pasasen la peligrosa barra de arena portugaluja. Usó para ello la creación naval más original y emblemática del territorio a lo largo de su historia: la falúa del Consulado.

Se tiene constancia de su primer uso en 1670 cuando el cónsul holandés Adrian Tourlon llegó a Portugalete y arribó a Bilbao a bordo de la falúa movida por veinte remeros. Tuvo que ser la repanocha verla el día del Corpus Christi, con la falúa engalanada como un salón de palacio veneciano, rica de viandas y casi lujuriosa, con los alguaciles y criados navegando a su lado en embarcaciones auxiliares. En popa tenía una carroza cubierta, rica en telas y el Bilbao de las orillas la miraba con asombro. Y cuentan que no con mucho cariño.

Se usó también en las fiestas barrocas, también ligadas al Corpus, –otro alarde de lujos del Consulado...– y se guardada en la lonja de Cristóbal de la Llana, vecino de Abando, en los muelles de Ripa.

En 1684, año fijado por el archivero e historiador Guiard, la falúa no estaba arruinada sino perdida en una crecida de la ría de 1680, repartiendo el Consulado sus elementos decorativos por la villa desde 1681. Se salvaron de la ruina la mesa alrededor de la cual se sentaban los pasajeros de la falúa, los palos dorados y la estructura de la carroza, con sus florones, el damasco carmesí de faldones y cortinas y el escudo tantas veces mencionado. Es de suponer que la falúa, al ser guardada, era despojada de todos los elementos decorativos posibles quedando el casco desnudo. Los elementos más efímeros perduraron: con la tela se hizo una colgadura para el balcón del ayuntamiento, también casa del Consulado, demostrando que uno de los rasgos de las autoridades bilbainas del momento era el ahorro y la reutilización de elementos artísticos.

Hubo después otras embarcaciones que cumplían semejantes cometidos (llegaron a llamarlas lanchas...), pero en ningún caso se acercaron hasta estos niveles, en parte, también, por esa mirada ahorrativa que tenían los próceres de la época. Poco a poco el Consulado fue difuminándose. Desaparece por Real Orden del 30 de mayo de 1829. No en vano, los historiadores le otorgan 318 años de vida.

La Cámara de Comercio, heredera del Consulado de Bilbao, hoy nombra nuevos Cónsules en acto solemne de proclamación que tiene lugar en la Sala del Consulado de Bilbao, en el Euskal Museoa Bilbao Museo Vasco. Previamente, en la Iglesia de San Antón, los nuevos cónsules son homenajeados con un aurresku de honor. La misión de los cónsules es: “Llevar el nombre de Bilbao con orgullo por todo el mundo, propagar las virtudes del trabajo, honradez y hospitalidad de los bilbainos y bilbainas, y que todas sus actuaciones estén dirigidas al mayor engrandecimiento y prosperidad material y espiritual, de Bilbao y de sus gentes”.

Itsasmuseun posee mobiliario, documentos, grabados y una réplica de la falúa. En 1999 la Fundación Museo Marítimo Ría de Bilbao inició la construcción de la réplica. El proyectista naval Antón Cortazar levantó los planos a raíz de un óleo atribuido a Francisco Bustrín. En su construcción, llevada a cabo por el modelista naval y carpintero de ribera, José Luis González, se utilizaron diversos tipos de madera; caoba Honduras, roble francés, pino de Oregón, iroko y teka de Birmania (Myanmar). Junto a la falúa el Mural para el petrolero Bilbao de 1962, obra del autor José María de Ucelay, lo acompaña. Todo se ha quedado en sopa de museos.