Es un mundo que nos llega de la antigüedad hasta el propio siglo XXI, donde aún tiene cabida en las artes como acaba de comprobarse en la galería Juan Manuel Lumbreras, dos salas divididas en sendos mundos –en los sótanos, si es que se puede decir así, se ha recreado un espacio para artistas jóvenes...– en la que las exposiciones paralelas charlan entre sí. Es, supongo, idea de la galerista de hoy, Begoña Lumbreras. Les hablo de la cerámica. Ocupa un lugar importante en las artes decorativas, ya que participa a la vez de la arquitectura, la escultura y la pintura. Esta palabra se emplea también no solo para designar lo que Bernard Palissy llamaba el arte del barro, sino sus mismos productos.

¿A cuento de qué les digo esto? Porque allí, en la propia galería Lumbreras, acaban de inaugurarse dos exposiciones. La de la planta alta es de Ángel Garraza, un escultor de larga y profunda trayectoria, en la que se recrean dos imágenes para los profanos: una suerte de huellas de dibujos de los neumáticos aún sin rodar (los relieves sobresalen sin desgastarse y crean formas bellas...) y una suerte de mosaicos que recrean, qué sé yo, el paso del atardecer al anochecer con colores terráqueos y texturas de terracota. El artista ha titulado su exposición con el nombre de Lurras Sigillatas, un homenaje a la tierra sellada. El cronista lo cuenta como lo vio. Gente más versada en las artes como Silvia Gas Barrachina escribe de la obra. “(...)Pasado y presente convergen en las intemporales piezas de Garraza, dominadas por la liviandad de la memoria”.

En la planta baja luce, al tiempo, la exposición Pon de Celia Domínguez. La logroñesa es la segunda de los tres artistas que expondrán en la galería esta temporada 2023/2024, dentro del proyecto Joven llama a joven. Celia cultiva un estética pop en este caso y la misma pieza, en su mayoría hechas de loza y gres, con algún guiño a la terracota, tiene diversas utilidades. Puede ser una pieza ornamental o una peluca azul, propia de la era de los picapiedra; otra, otra pieza ornamental o, qué sé yo, el casco de Aquiles. La visita a ese espacio invita al juego, al recreo, a la diversión.

Esos dos mundos llamaron la atención de un nutrido grupo de gente que se acercó a vivir una tarde rodeada de arte. Se ha oído tantas veces el miserere por las galerías de arte que ver lo vivido en esta da un nosequé de alegrón, un escalofrío de felicidad.

A la cita no falataron el pintor Fernando Mardones, Pilar Álvarez; María José Darriba, en el papel de anfitriona, Pedro Solau, Ana Martínez, Kepa Solaun o un Pulitzer (lo ganó por su trabajo en el terremoto de Loma Prieto, en San Francisco –EE.UU.– en 1990...) con domicilio en Bilbao como David Hornback, grabándolo, fotografiándolo todo. Los últimos 20 años ha estado viviendo entre Bilbao y Berlín. Actualmente trabaja como fotógrafo freelance y docente en la escuela de fotografía Blackkamera. Posó junto al escultor Efrén y a Belen Sánchez. Se sumaron al disfrute Kepa Garraza, Luis Olaso, María Vargas, Antonio Achúcarro, que tiene una escultura en el parque de Ametzola; Olatz Pereda, ceramista especializada en porcelana; Teresa Querejazu, Roberto García, Adrián Piedra, Asier Aguayo, Santiago Bengoa, Esteban Las Hayas, Roberto Palomero, Ainhoa Álvarez, Ricardo Villar, Carmen Aguado, el coleccionista amante del arte Alberto Ipiña, Begoña Bidaurrazaga, José Manuel Quindós, Ramón Anasagasti, Carmen Martínez, Carmen Moreno, Luis Ibáñez, Janire Urrutia, Maite Ortega, Elisa Bilbao y todo un cruce de muy diversas generaciones. Artistas, juventud, vino y buen humor. Ese era un cóctel perdido en los viejos tiempos del daiquiri o el Bloody Mary. Un cóctel que acaba de apurarse en Bilbao con alegría y sin complejos. Hay días así, ya ven. Días en los que sale el sol a media tarde, cuando no lo esperabas.