UNA pintura rupestre de la cueva de Trois Frères, en Francia, que data de alrededor de 13.000 años antes de Cristo, representa lo que algunos investigadores consideran que es un arco musical, un arco de caza utilizado como instrumento musical de una sola cuerda. A partir del arco musical, se desarrollaron las diversas familias de instrumentos de cuerda, a medida que se iban añadiendo más, de diferentes longitudes y grosores. Siglos después, en pleno siglo XXI, la música de cuerda es admirada por espíritus elevados, por gente sensible que percibe cómo esa música les acaricia el alma.

La gente melómana aún recuerda cómo hace apenas unos días la Orquesta Sinfónica de Bilbao (BOS) grabó un vídeo con el himno del Athletic para la final. Un total de 86 músicos que pusieron la piel de gallina a quienes les escucharon bajo la dirección del nicaragüense Giancarlo Guerrero y el tenor Mikel Atxalandabaso. Es una prueba de que más allá del cielo de las inspiraciones, las musas y los elevados teatros y escenarios, la BOS pisa tierra. Bien lo saben su director general, Ibon Aranbarri, y el director técnico, Borja Pujol, cuyo empuje merodea en cada programación.

Lo demostró ayer de nuevo, en este caso centrándose en la música de cuerda que les decía. El Palacio Euskalduna acogió ayer un recital de cámara de la BOS con la presencia de un Ensemble de cuerda y percusión, un cuarteto de cuerda y un sexteto de cuerda. El programa incluía piezas como Fratres, de Arvo Pärt, doctor honoris causa por la Universidad de Oxford en 2016 y galardonado con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, en la categoría de Música y Ópera en 2020 y cuyo rostro acompañó el programa del día; Exchange, de Daniel Wohl; Langsamer Satz, de Anton Von Webern, y el Sexteto nº 1 en Si bemol Mayor Op. 18, de Johannes Brahms.

Las tres formaciones de cuerda reseñadas las compusieron Actea Jiménez, percusión; Samuel García, violín; David García, violín; Leire Moreno, viola; Diego Val, violonchelo; Carolina Bartumeu, violonchelo; Isabel Aragón, viola; Asier Arabolaza, viola, y Jaime Puerta, violonchelo. Lo bordaron, más allá de las precisiones técnicas, tierras que no pisa el cronista.

Como sentencia el pueblo, se dice el pecado pero no el pecador. En el recital del que les hablo se acercó un asistente con una pregunta por bandera. “Oiga usted, ¿sabe si en el concierto del día 11 abrirán las puertas algo antes...?” Confesó que su pregunta iba con doble intención. Quería saber si le dará tiempo a ver el paso de la gabarra tras la cristalera de palacio.

Entremos ya en la harina de ayer. El recital del que les hablo se celebró en el marco del programa Cámara 7 y, a juicio de los melómanos, tenía altura. Entre los asistentes se encontraban José Luis Querejeta y María Teresa Etxebarria, amigos de otra pareja socia de la BOS que no pudo acudir; Moisés Moreno, Pilar Mugika, el pequeño Martín Cuende en brazos de Ricardo Cuende, José María Arriola, Isabel Pérez, Josu Uriarte, Begoña Urkiza, María Ángeles García Etxebarria, Mar Chausson, Arrate Iriarte, Gabriel Mendizabal, Joseba Artetxe, Pedro Salinas, Javier Sinobas, Juana Pintado y Mikele Garaikoetxea entre otros.

Fue una tarde para elevarse, de eso no cabe duda. De la misma disfrutaron, entre otras personas, Iñaki Vicente, Puri Usparitza, hija del célebre médico ginecólogo y fundador de la DYA, Juan Antonio Usparitza; Elena Intxausti, el británico Gordon Weetman, Silvia Campos, Elías Guisado, Joel Castillo, Javier Elorriaga, Martín Azkarate y un buen puñado de hombres y mujeres que se acercaron al Palacio Euskalduna para mecerse en una suerte de hamaca de cuerdas. ¿Qué diría aquel hombre que pintó en la cueva el arco musical si oyese lo de ayer?