llega con un ejemplar de El deseo de cambiar, de bell hooks, y lo extiende mostrando no solo el libro, al que llama su Biblia, sino también unas uñas pintadas de rojo y negro. Podría parecer que el encuentro con este hombre de apariencia queer se produce en una universidad si no fuera porque, en realidad, se origina en el Centro Penitenciario de Bizkaia, donde actualmente cumple su condena. “Me considero machista, pero no porque quiera serlo, sino porque he sido educado en el machismo”, afirma este preso que lleva 17 años entre rejas, tiempo suficiente para poder apreciar una evolución en los compañeros que le rodean. “Cada vez hay más condenados por violencia de género que piensan que sus condenas son injustas”, evidencia este interno, dispuesto a “poner en duda lo que significa ser hombre”. Imanol será uno de los agentes de cambio que habitará la prisión tras completar el programa Masculinidades, un innovador proyecto que pretende interpelar a los reclusos y, a la sociedad en general, sobre la forma hegemónica de ser hombre.

Por de pronto, el cartel que anuncia esta formación en los pasillos de la prisión ya ha dado de qué hablar. “Hay algunos que han pensado que es un taller para dejar de ser hombres, para volverse mariquitas”, revela Vicenta Alonso, directora de la prisión, quien impartirá la formación junto a David, uno de los psicólogos del centro. “Incluso alguno ha pensado que era para profundizar en el hecho de ser hombre, en la hombría con mayúsculas”, añade Imanol, que junto a Lionel –nombres ficticios elegidos por los propios protagonistas–, otro preso de 24 años, participará en el taller que, a juicio de Alonso, es “absolutamente necesario”. ¿Por qué ahora? La directora del centro penitenciario asevera que ha habido muchos avances en el camino hacia la igualdad, sin embargo, apunta que trabajar con el concepto de la masculinidad sigue siendo una asignatura pendiente. “Especialmente porque hay discursos que niegan la existencia de la desigualdad o de la violencia de género”, añade.

Frente a esos vientos de resistencia, que a menudo indican que se está transitando por el camino correcto, los barrotes también dejan paso a los progresos feministas. Nuevas masculinidades, masculinidades alternativas, saludables o positivas son algunos de los términos que se emplean actualmente para hablar de los movimientos de cambio que están impulsando los hombres. “Queremos trabajar en el medio penitenciario esa corriente que viene de la calle. No es casualidad que el 92% de la población penitenciaria sea masculina”, indica Alonso, quien lo relaciona con algunos de los elementos de la construcción de la masculinidad, como “la agresividad, la utilización de la violencia a la hora de resolver problemas, la imprudencia, la despreocupación por el riesgo...”, con la comisión de actividades delictivas.

De ahí surge esta formación dirigida a una decena de presos y que tendrá una duración de tres o cuatro meses. El apoyo del Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales ha sido indispensable para abordar este programa innovador que llevan varios años preparando. Vicenta Alonso matiza que se trata de una actividad voluntaria que no tiene nada que ver con el programa de intervención que diseñan para cada preso nada más ingresa en prisión. Lionel tuvo claro que no quería quedarse al margen. “Estoy dispuesto a aprender, y de lo que aprenda, transmitírselo a quien me pregunte. Quiero saber qué está bien dicho y qué no, cómo reaccionar ante determinadas situaciones”, expone el joven. A su lado, Imanol reconoce que hablar de ciertos temas entre rejas es muy complicado. Entre otras cuestiones porque hay muchos presos que, aunque hayan llegado a la cárcel con condenas por delitos como robos o tráfico de drogas, manifiestan conductas intrínsecas a la violencia de género.

Autodidacta

Imanol se considera uno de esos hombres que se aproximó a la lucha feminista queriendo aportar pero sin saber cómo. “Muchas veces te acercas desde esa autoridad masculina que dice os voy a decir cómo tenéis que hacer las cosas. Y a veces la mejor manera de aportar es no aportar, pero otras es construirte como un nuevo hombre para aportar al feminismo”. Su formación en este ámbito comenzó a través de libros que familiares y amigos le hacían llegar. El descubrimiento de su particular Biblia fue revelador. Y desde esa consciencia, a la que él ha llegado de forma autodidacta, pretende abrir los ojos de sus compañeros para que entiendan que los hombres también son una parte perjudicada por el machismo. “A una tierna edad se corta su desarrollo como personas para imponerles una serie de comportamientos y caracteres: tienes que ser fuerte, no tienes que llorar, tienes que conseguir un trabajo para mantener a tu mujer, te tiene que gustar el fútbol...”, evidencia este recluso a quien le resultan familiar el nombre de Silvia Federici.

Esa construcción de la masculinidad la ejemplifica con algunas expresiones y conductas habituales incluso dentro de la prisión. “Con dos cojones... ¿por qué no con dos ovarios? ¿Por qué cojonudo es algo positivo y coñazo, negativo?”, se pregunta Imanol sobre ciertas reflexiones que comparte con el resto de internos. “También es típico escuchar cómo la gente se justifica diciendo: Yo ayudo en casa. ¿Ayudar a qué? Ella no tiene la titularidad del trabajo en el hogar”, expone este preso, familiarizado con réplicas de “hombre cazador” como: “Si pasa una tía por la calle, ¿por qué no vas a poder silbarle?”. Con todo, lo que más le inquieta es que muchos de los condenados de violencia de género hablen de denuncias falsas y consideren que los empujones o los insultos, por ejemplo, “no son para tanto”.

Agentes de Cambio

“Me gusta el concepto de masculinidad por lo que puede aportar a la salvación del propio hombre”, manifiesta Imanol mediante palabras que contrastan con las instalaciones en las que las pronuncia, anquilosadas en 1967, año en que fue inaugurado este centro penitenciario ubicado en Basauri. De hecho, no es casualidad que él vaya a ser uno de los agentes de cambio una vez se realice la formación. “La idea es que ellos puedan trasladar ese aprendizaje en cascada, porque el mensaje siempre llega mejor cuando te lo da un igual. Y en este caso, si trabajamos masculinidades el hecho de que sean hombres también favorece”, afirma Vicenta Alonso sobre esta metodología que ha funcionado “mucho” en psicología comunitaria.

Las sesiones, de entre una hora y media y dos horas semanales, tendrán un formato psicoeducativo en el que se utilizarán materiales audiovisuales. Lionel admite que parte desde el desconocimiento más absoluto, pero destaca su predisposición. “Eso es lo que nos importa, queremos compartir ideas para construir entre todos”, expone Vicenta. “En prisión hay mucha experiencia con agentes de salud, ha funcionado muy bien a la hora de transmitir ideas y preocupaciones en esta materia”, puntualiza el psicólogo. Imanol, acostumbrado a escuchar frases como “¡ya está este otra vez con sus mierdas feminazis!”, está convencido de que no va a ser una tarea fácil. Sin embargo, confía en que al tratarse de una cárcel pequeña, en la que todos se conocen, algunos pueden ser referentes en esta materia.

De hecho, admite que hay cierta tendencia a dejarse llevar por opiniones mayoritarias. Así ocurrió cuando los detalles del caso Rubiales llegaron hasta la prisión. “Como en la calle, pero a pequeña escala. Al principio se pensaba: Bueno, tampoco es para tanto. Pero ves que el de al lado dice: No, no, esto es una burrada. Y al cuarto o quinto día todo el mundo se suma a la ola, si no te quedas atrás”, relata Imanol. Por ello, David considera que hablar de masculinidades no debería ser el culmen de la formación de un recluso. “Se van a tocar cuestiones que tenemos muy arraigadas y habrá pie para el debate”, agrega David en una sala con baldosas blancas y negras que parecen subrayar no ya tanto la dicotomía entre el bien y el mal como entre el feminismo y el machismo.