Esta vez no fue el aleteo de una mariposa lo que se dejó sentir a miles de kilómetros. Lo ocurrido aquella tarde del 26 y madrugada del 27 de agosto de 1983 tiene una explicación científica. Llovió mucho y muchos días, sí. Pero más allá de ese apunte, las miradas expertas se centran en Suiza y en la zona de Baviera, en los Alpes. Allí, un mes antes de esos fatídicos días, se registraron unas temperaturas de hasta 40 grados centígrados. Allí, a unos 1.700 kilómetros de distancia, se gestó la tragedia que cuatro semanas después impactó primero en Gipuzkoa y horas después arrasó Bizkaia.

Margarita Martín, responsable de Aemet en Euskadi, ha estudiado este episodio meteorológico extraordinario y otros similares registrados en la geografía vasca y que, curiosamente, comparten la terminación en 3: 1913, 1933, 1953, 1983, 2023… En su exposición se intercalan con naturalidad palabras como “efecto Foehn”, “flujo con componente mediterránea” o “retención orográfica”. La traducción de esos factores fue una sobrecogedora gota fría que descargó tres tormentas encadenadas y llegó a dejar 503 litros por metro cuadrado en Larraskitu entre las nueve de la mañana del viernes 26 y la misma hora de la mañana siguiente.

“En realidad, todo ocurrió en menos de 24 horas”, resumía Martín en declaraciones a DEIA al tiempo que rechazaba que durante aquellos últimos días de agosto el agua del mar hubiera estado más caliente de lo habitual. “Estaba a 22 grados, que es lo normal en esas fechas”, zanjaba. Casi todas las gotas frías que afectan a la geografía vasca están ‘empadronadas’ en el bajo Ródano, antes de la desembocadura del río entre los Alpes y los Pirineos.

En Laudio la fuerza de las aguas arrasaron con puentes y carreteras. J. Arambalza

Bajas presiones en el Mediterráneo

Ahí se forman unas bajas presiones que se van llenando de aire cálido y húmedo del Mediterráneo y, por las noches, siempre por las noches, el norte de los Pirineos es cruzado por una corriente que entra desde el Este, desde el Golfo de León, que desplaza esos frentes hasta el Golfo de Bizkaia. “Por eso las descargas suelen ser de madrugada, a eso de las seis de la mañana”, ilustraba la responsable de la agencia meteorológica.

Ese es, precisamente, uno de los motivos por los que las inundaciones se suelen cebar con más frecuencia con el Este de Gipuzkoa. “Lo de Bilbao fue más raro”, apostillaba Martín. Primero, porque estadísticamente agosto es un mes atípico para que se produzcan estos fenómenos, pero sobre todo porque el botxo “no tiene el fenómeno de retención orográfica que sí hay en Gipuzkoa” en la zona de Peñas de Aia, donde se engarzan las cordilleras cantábrica y pirenaica que hacen de barrera natural para las nubes, “que se quedan, no pasan y descargan todo el agua en ese mismo sitio”. El último ejemplo ocurrió este pasado mes de mayo en la presa del Añarbe cuando el día 20 cayeron 258 litros en dos horas y media. La cara más amarga de esta gota fría pudo verse en las localidades navarras cercanas de Arano, Bera y Lesaka.

Esta de la que ahora se cumplen cuatro décadas “fue un fenómeno absolutamente extraordinario, con intensidades de precipitaciones sumamente altas, con un periodo prolongado de precipitación” y localizada en un área caprichosamente pequeña como es el botxo, desde Urazurrutia hasta Zorrotza, como ocurrió en la madrugada del 27 de agosto.

“Pensad que solo la lluvia directa que cayó en el Casco Viejo fueron casi ochocientos mil metros cúbicos. Cada segundo, cada vez que chasqueábamos los dedos, pasaban por delante nuestro en la Ría tres mil metros cúbicos”, ejemplificaba hace unos años el responsable de Euskalmet, José Antonio Aranda, en el transcurso de unas jornadas técnicas en las que se repasó y analizó este portentoso episodio meteorológico, imposible de predecir con la tecnología existente por aquel entonces.

Calles enteras en barrios como La Peña y Peñascal quedaron enterradas. A. Ruiz de Azua

Las cifras de la catástrofe

Las inundaciones de agosto de 1983 dejaron unas cifras que impactan por su crudeza y magnitud, que no esconden las miserias humanas pero que tampoco tapan los ojos a sorpresas amables.

  • 41,86% en Bilbao

El Plan de Reconstrucción activado por el Gobierno vasco reflejaba en un informe con fecha de 22 de noviembre de 1983 que las pérdidas ocasionadas por las riadas en el conjunto de Bizkaia ascendían en una primera estimación a 143.521.165.000 pesetas -lo que bien podría ser traducido a más mil doscientos millones de euros del presente-. El documento ‘Lluvias torrenciales. Agosto 1983. Cuantificación de la catástrofe’ elaborado por la Diputación Foral de Bizkaia apuntaba a que el 41,86% de los daños totales habidos en el Territorio Histórico se localizaron en su capital, en Bilbao.

  • 37.308 afectados

Los gravísimos estropicios engendrados por las inundaciones fueron generalizados. Hubo 37.308 personas damnificadas y unas ochocientas viviendas quedaron destruidas. El cauce irrefrenable del Ibaizabal ocasionó unas pérdidas estimadas de 14.479 millones de pesetas en Basauri, de 8.371 en Etxebarri y de 6.217 millones de pesetas en Galdakao. Otras localidades como Erandio, Sondika, Derio o Gernika-Lumo superaron los 1.500 millones de pesetas en daños mientras en Getxo apenas fueron de 368.538 pesetas.

  • 34 muertes

Aunque no existe una cifra oficial, se cree que ese fue el número de personas fallecidas a consecuencia de las trágicas inundaciones. Las localidades más afectadas por estos siniestros luctuosos, además de la villa de Bilbao, fueron Erandio, Galdakao, Arrigorriaga, Basauri, Bermeo y Gernika. También se contabilizaron muertes en los municipios de Ondarroa y Busturia por esta causa. Hubo otros dos fallecidos en Araba y siete en Iparralde.

  • 19.45 horas

imborrable viernes 26 de agosto. A esta hora de aquel fatídico día se confirmaba el desbordamiento de la Ría entre el puente de La Salve y el de San Antón. Por el Campo Volantín, el agua alcanzaba una altura de medio metro. En Olabeaga, a la misma hora, las aguas del Nervión comenzaban a anegar los diques secos de los astilleros de Euskalduna.

  • 503 litros

Los registros en Larraskitu, en la cabina de la empresa Iberduero, contabilizaron 503 litros por metro cuadrado en veinticuatro horas, entre las nueve de la mañana del 26 de agosto y la misma hora del día siguiente. La anterior medición de la que se tiene constancia, en idéntico periodo de tiempo entre los días 25 y 26 se habían registrado 57. Y de 24 a 25 de agosto fueron 28 litros por metro cuadrado. Otros registros de aquel fatídico día son los 370 litros por metro cuadrado de Alonsotegi, los 230 de Baranbio (Amurrio), los 208 de Orozko, los 160 de Orduña, los 114 de Zornotza o los 106 de Durango, por ejemplo. En Sondika, ese día 26, cayeron 252 litros, pero el día 27 siguió lloviendo por la mañana y cayeron otros 90 más. Con el agua caída durante esos días se podría haber llenado 70 veces el pantano de Ordunte.

  • 250 bidones

La violencia inusitada de la riada campó a sus anchas por calles, plazas y fábricas, donde había maquinaria de todo tipo y se almacenaban productos de muy diversa factura, entre los que se contaban más bidones con cianuro, anhídrido y cobalto-3 que pudieron ser recuperados. En la margen derecha de la desbocada ría pudieron ser localizados más de un centenar de esos containers. Los arenales de Ereaga, Arrigunaga, se transformaron en lo más parecido a un vertedero industrial. En Azkorri, por ejemplo, hubo que desalojar el camping ante la sospecha de una fuga aunque luego se comprobó que no había radioactividad. Las labores de limpieza se prolongaron durante un mes. En las costas de Iparralde aparecieron otros 32 bidones peligrosos.

  • 50.000 empleos

Los efectos de las inundaciones sobre las empresas situadas en las márgenes de la Ría del Nervión-Ibaizabal y de otros cauces desbordados supusieron que alrededor de 50.000 personas perdieran sus puestos de trabajo. El 3 de septiembre ya habían sido presentados una treintena de expedientes de crisis en el Territorio Histórico de Bizkaia para empresas como Echevarria S.A., Unión Cervecera, Forjas de Asua o Vicinay.

  • 5.000 personas

La fuerza de las aguas arrasó con todo e incluso derribó varios inmuebles. Solo en Bilbao, alrededor de 5.000 personas se quedaron sin un techo bajo el que cobijarse. Garellano -donde hoy se levantan los rascacielos sobre la Estación de autobuses- se convirtió en un especie de campamento de refugiados. El patio del Colegio Jesuitas fue también el hogar para otras muchas personas durante un tiempo. Los días siguientes a la inundación se registraron en Bilbao una veintena de casos de okupación de viviendas vacías existentes en el Grupo Genera Riestra, en Larraskitu, uno de los epicentros de la catástrofe. Más de medio centenar de pisos fueron precintados para evitar más acciones de este tipo.

  • 120 bebés

Los registros de la época dan cuenta de más de un centenar de alumbramientos en el conjunto de Bizkaia entre el viernes y el lunes. Algunos de ellos llegaron a buen término gracias a la rápida intervención del helicóptero de rescate. En otros casos, la parturienta tuvo que dar a luz en su casa.

  • 24.802 solicitudes
  • Algunos de los comerciantes afectados por las inundaciones tardaron hasta 10 años en cobrar el seguro y muchos de ellos consideraron insuficientes las ayudas concedidas. Las informaciones de la época recalcaban que únicamente el 5% de los locales comerciales tenían sus pólizas actualizadas, lo que representó un obstáculo legal para que el Consorcio de Compensación de Seguros se hiciera cargo del abono de las pérdidas peritadas. Este organismo registró un total de 24.802 solicitudes de indemnización por un monto de 800 millones de euros.

Nº lotería 56.074

Cuatro meses después de que el agua ahogara las ilusiones de miles de vizcainos, la suerte quiso que la Lotería de Navidad sorprendiera a la villa con más de siete mil millones de las antiguas pesetas. La tristeza provocada por las inundaciones tardó tiempo en desaparecer, pero el dinero de este segundo premio alegró los corazones y principalmente los bolsillos de muchas personas.

  • 3.000 vacunas

En Bermeo, una de las localidades más dañadas por las inundaciones, fue necesario enterrar en cal viva miles de toneladas de bonito. Al hedor provocado por la putrefacción de los combustibles almacenados en las lonjas y en las empresas conserveras le siguió el miedo al contagio de enfermedades infecciosas como el tétanos y el tifus, lo que obligó a las autoridades a solicitar la vacunación de las personas que colaboraron en la limpieza y reconstrucción de la localidad.

  • 25.000 zapatos

Días después de la destrucción, los hermanos Pepe y Ana Lobato, propietarios de la mítica zapatería La Palma, ubicada en la calle Correo, lugar donde el agua alcanzó los 4,13 metros lamentaban haber perdido esa cifra de pares de zapatos de su negocio.