Uno de los aspectos que confirman que Bilbao ya era una ciudad cultural mucho antes de que el Museo Guggenheim le otorgara oficialmente dicho título es la afición al cine que irradió a lo largo de todo el siglo XX. En su época más dorada, allá por el año 1965, la ciudad llegó a albergar hasta 65.000 butacas de cine, con un ratio de una localidad por cada 5,36 habitantes, superando con creces a cualquier otra urbe del Estado. Una exposición en la sala Ondare muestra hasta el 2 de marzo el devenir de aquellas salas de cine, que si no fueron derribadas se transformaron para albergar supermercados, tiendas de moda o gimnasios. “Esta muestra es un acto de justicia que al menos recupera estas salas de forma documental, ya que se han perdido muchas en su totalidad”, revela al respecto Bernardo García de la Torre, comisario de Arquitecturas para el cine en Bilbao y autor del libro en el que se basa la exhibición.

La historia de las salas de cine en la ciudad está ligada a la etapa industrial de Bilbao: de finales del siglo XIX a finales del siglo XX. En esos 110 años de historia Bernardo García de la Torre ha conseguido referenciar hasta 200 salas de cine en la ciudad. “Es en 1896 cuando se producen las primeras proyecciones”, evoca el comisario, quien indica que se solían ofrecer en barracas de ferias, en cafés o en asociaciones culturales. Transcurrió una década hasta que se abrió la primera sala dedicada exclusivamente al cine. Fue el Salón Olimpia, en 1905, que abrió en la Gran Vía, donde actualmente se encuentra la Sala BBK. Paralelamente, el cine también entró en teatros como el Arriaga -que llegó a albergar el rótulo Gran Cinematógrafo del Arriaga-, además de los que se fueron construyendo. 

La apertura de Ideal Cinema en 1926 marcó el inicio de la consolidación de las salas en la villa, si bien, poco después, con la Guerra Civil, hubo un parón. La etapa más boyante se vivió entre 1950 y 1965. “En 15 años se abrieron 40 salas de cine en Bilbao. El punto más alto fue en 1965 cuando se alcanzaron las 65.000 butacas con unos ratios extraordinarios”, recapitula García de La Torre, quien asevera que en aquel entonces el cine era una de las pocas actividades de ocio y entretenimiento. Eso explica que hubiera una butaca por cada 5,36 habitantes y una sala de cine por cada 2.700 bilbainos. “Y las salas eran mucho más grandes. Ideal Cinema tenía 2.500 localidades oficiales, es decir, más que el Palacio Euskalduna”, puntualiza el arquitecto, quien indica que, además de los numerosos cines que se abrieron en esa época en el Ensanche, también se extendieron a los barrios.

Fue a partir de entonces cuando comenzó el declive de las salas. “Hay algunas que se atrevieron a abrir, como el Astoria, en 1975”, concreta el comisario de la muestra, quien relaciona esta caída, entre otras cuestiones, con la popularización de los televisores en los hogares y la masificación de otras formas de ocio, relacionadas con la hostelería o el excursionismo. “En 2011 se cierran los cines Renoir, que eran el antiguo Cine Canciller, y el Cine Capitol. Ahí acaba la historia”, lamenta García de la Torre, quien afirma que muchos cines se convirtieron en multisalas para poder sobrevivir. De hecho, los tres cines que alberga actualmente la ciudad cuentan con varias salas de tamaño reducido: Golem Alhóndiga en Azkuna Zentroa, Cinesa en Zubiarte y Multicines 7.

Arquitectos

¿Hay algún motivo por el que la actividad de las salas de cine llegó a ser tan importante en Bilbao? Bernardo García de la Torre menciona varios. “El cine se extendió geográficamente por toda la ciudad, empezó por en el Casco Viejo y pasó al Ensanche donde la burguesía se incorporó al cine. Pero también llegó a los barrios, acercándose a las clases más populares”, expone. En ese sentido, matiza que los estrenos se realizaban en las salas del Ensanche, a un precio más elevado. Fue en el Cine Consulado, por ejemplo, donde se estrenó Lo que el viento se llevó, en 1950. Cuatro o cinco semanas después, esos estrenos llegaban a los barrios. Así es como la actividad se consideraba “interclasista”, además de “intergeneracional”. Porque no solo los adultos acudían al cine. Se realizó una labor importante para acercarlo a los más pequeños a través de los salones parroquiales y las salas que había en los colegios. 

La importancia que ostentaban las salas se deduce, por otro lado, por los nombres de quienes diseñaron los locales, los “grandes” arquitectos que trabajaban en Bilbao: desde Ricardo Bastida a Pedro Ispizua. “Solo hay un caso de una sala construida por un arquitecto foráneo, un santanderino”, matiza Bernardo García de la Torre, quien ha reunido planos de las salas tras rescatar algunos de los proyectos originales en los que se ve cómo muchos de los cines se edificaban en los patios de manzana. A nivel arquitectónico los proyectos albergaban ciertos retos para que la experiencia fuera lo más satisfactoria posible. “En los 60 comenzaron a tenerse en cuenta las condiciones acústicas y fue en el Cine Consulado donde se inició la iluminación indirecta en el techo de lamas”, pormenoriza el arquitecto, quien concreta que la forma de anfiteatro que adquirían muchas salas se basaba en una decisión empresarial cuyo fin era ganar un 60% de butacas.

Historias curiosas

La exposición, que se puede recorrer mediante una visita guiada con el propio comisario, recoge varios paneles informativos en los que se destacan algunos de los cines más paradigmáticos. Pero también algunos con historias más curiosas. Es el caso del Cine Mickey, ubicado en la zona de las Cortes. “Era una sala que en realidad era un club de alterne, pero también proyectaba películas que son parte de la historia del cine, como El acorazado Potemkin”, relata Bernardo García de la Torre, quien también cita el Salón Gayarre, en Iturribide, un cine que “empezó con las sesiones infantiles y se hizo muy popular”.

Durante su labor de investigación, el arquitecto ha descubierto diversas historias, como la de Vicenta Basterrechea, encargada de llevar a cabo la censura cortando las escenas que no se consideraban apropiadas en la época en el Salón San Vicente. O la de Eduardo Pérez, el explica del Salón Vizcaya, que se encargaba de explicar las películas de cine mudo. “Llegó a ser tan popular, por interpretar las cintas cada día de forma diferente, que había gente que acudía varias veces a ver la misma película”, revela el arquitecto. Teniendo en cuenta que la actividad cinéfila posee una memoria tan amplia en la ciudad, resulta paradójico que en un inicio se considerara más una cuestión de magia que artística. A día de hoy se conservan pocos vestigios de todo este pasado. Tras reconvertirse en un gimnasio, el Teatro Ayala, por ejemplo, mantiene su bóveda originaria. Sin embargo, el patio de butacas es ahora una piscina. Ya no hay censores ni explicas, pero el séptimo arte apenas forma parte de una experiencia colectiva.