No puede haber nada más clásico en el la zona de Begoña que tomar unas gambas con gabardina en el aperitivo de los fines de semana servidas en el bar Petit Stop.

Una tradición del barrio alto, de la que también disfrutan otros muchos bilbainos que suben al local ubicado frente al Parque de Etxebarria, y que en los próximos meses pasará a la historia. La razón es que el propietario del negocio, Resti Castro, junto a su equipo, se jubilan y vende el local para la desazón de sus parroquianos que se cuentan por miles. “Me da mucha pena vender, porque son muchos años en la brecha, pero todo llega y la edad no perdona”, concreta con 65 primaveras cumplidas ya a cuestas.

Un par de carteles en las fachadas de este peculiar local ubicado en la avenida de Zumalakarregi anuncia la venta del negocio que “todavía no se ha cerrado” pero que se certificará el próximo año cuando se lleve a cabo la transacción. “Espero que cuando lo deje siga siendo un bar para el barrio y que incluso continúe llamándose Petit Stop”, anhela el hostelero mientras sirve un descafeinado a uno de los clientes habituales. Un nombre peculiar el del bar, pequeña parada en francés, que ya heredó Resti cuando tomó las riendas del negocio en 1983 del anterior equipo gestor, el cual abrió el local en 1969 con la construcción de las torres residenciales que se levantan sobre el establecimiento.

Su excepcional ubicación, junto a la pequeña terraza que oferta, le han supuesto ser testigo de eventos trascendentales en la vida local. Los recuerdos de la caravana encabezada por el equipo del Athletic campeón de las ligas y la copa en los años 80 camino de la basílica de Begoña para ofrecer los trofeos a la Amatxu están muy vivos en el local, tanto en la memoria de Resti como en forma de varias fotografías, bufandas y cuadros con insignia que cuelgan de las paredes del local.

También el Petit Stop y sus clientes disfrutaron del fin de etapa del Tour de Francia celebrado este mismo año frente a local y durante décadas han sido testigos de Aste Nagusia y su recinto ferial, Sanjuanadas y otros eventos celebrados en Etxebarria. “Desde 1988 que empezaron las barracas aquí hemos estado al pie del cañón hasta 2017, que fue el último año que abrimos en fiestas”, concreta el conocido hostelero. Reconoce que esos días de Aste Nagusia “eran de mucho estrés, estábamos hasta las cinco de la mañana abiertos y el trabajo era muy intenso. Por eso hace cinco años decidimos ya cerrar durante Semana Grande”.

Aunque en su oferta nunca han dado comidas, los pinchos tradicionales no han faltado nunca en su prolongada barra en forma de L. Además de las queridas gambas con gabardinas de los fines de semana, que se complementan con las tradicionales rabas, la tortilla de patata es otro referente para su clientela.

Una parroquia que ha evolucionado destacando el hostelero como “prácticamente han desaparecido las cuadrillas de txikiteros de toda la vida. El vino peleón ha pasado a la historia y ahora solo se vende el de año o crianza”, analiza. Recuerda también cómo en sus primeros tiempos, la circunstancia de que fuera el último bar de la zona que cerraba sus puertas, atraía a muchos noctámbulos y empleados que terminaban su trabajo tarde.

Muchos periodistas de esta casa componían entonces parte de esa clientela. Resti no ha olvidado a veteranos “como Manolo Igarreta, Félix Macua, Juan Carlos Urrutxurtu, Roberto Zarrabeitia, Ángel Ruiz de Azua, Blas Bermúdez, Olga Sáez... algunos que ya se fueron y otros que todavía se acercan por aquí de vez en cuando”. Incluso el que suscribe, becario entonces, inició su relación con Concha Lago, su actual compañera de vida y profesión, en este local durante una noche festiva de solsticio de verano.

Han pasado los años, cambiado las costumbres y generado nuevos clientes porque sigue apeteciendo tomar un pote o un café en el entrañable Petit Stop, ya que no ha perdido su esencia tradicional.

Casi como cuando se abrió

Se ha mantenido prácticamente igual durante sus cuatro décadas de servicio incluidos los azulejos que adornan la base de barra, la pizarra con los precios de las consumiciones escritos a tiza y los coquetos sofas bajos enfrentados unos a otros, con una mesa en medio, para incentivar la conversación tranquila y la consumición sin prisas. Y si se tercia echar una primitiva o un euromillón.

Porque otro de los atractivos históricos del establecimiento ha sido la posibilidad de jugar a cualquiera de las apuestas del Estado. Fue la afición de Resti por las tradicionales apuestas de fútbol en formato de peña lo que le llevó a apostar por la diversificación. “Empezamos cuando solo había quinielas y se validaban con el sello y la copia que se llevaba el cliente” rememora. Una base que fue expandiéndose para ir aumentando la oferta con la primitiva en 1985, los euromillones después y también los décimos de la Lotería de los que ha repartido diversos premios como atestiguan varios carteles que cuelgan de los estantes del local.

“Este es el rincón del juego como lo conocen los habituales”, señala el hostelero en dirección al pequeño espacio donde acaba la barra y se ubican los diferentes boletos para rellenar al lado de las máquinas validadoras.

Resti y su equipo seguirán los próximos meses al frente del Petit Stop hasta que un nuevo propietario le coja el relevo y le suponga un nuevo escenario de vida. “No tengo pensado nada en especial para hacer cuando deje el bar”, confiesa salvo “descansar mucho los primeros meses; después ya veremos lo que hacemos”, concluye.