LA deportividad vende. El público prefiere coches de apariencia esmerada que sugieran buenas cualidades dinámicas. Las tengan o no. La clientela elige, si puede, puestas en escena cuidadas y con connotaciones ‘sport’. No está claro si los fabricantes detectaron y atendieron esa predilección o si, simplemente, la crearon para inocularla entre su parroquia. Lo cierto es que la propuesta ha triunfado. Hoy proliferan las versiones de modelos de calle con “acabado deportivo”, un matiz que a menudo concierne más a la ornamentación que al temperamento.

Esta propensión aflora, expresamente mencionada o simplemente aludida, en casi todas las denominaciones empleadas en dichas declinaciones. Varias marcas recurren a la expresión Sport Line, otras la resumen dejándola en S Line y las hay que apuestan por un inequívoco GT Line.

SEAT, pionera en cultivar este tipo de productos, es también una de las más originales y elocuentes a la hora de darles nombre. Su Fórmula Racing original, que no dejaba lugar a dudas, derivó casi de inmediato en las siglas FR para referirse a declinaciones que en sus comienzos cautivaron a un público eminentemente joven y entusiasta.

Desde hace tiempo, Hyundai hace lo propio con el acabado N Line, que plantea un apreciable refinamiento inspirado en las versiones purasangre identificadas con la N. Unos dicen que esa letra evoca a Namyang, el centro de I+D de Hyundai Motor en Corea, cuna de su proyecto; otros opinan que honra a Nürburgring, sede del centro de ensayos de la marca en Europa, encargado de desarrollar los deportivos.

Estas dos firmas suman ahora sendas aportaciones de este tipo, con mucho esmero y cierto espíritu racing. El protagonista de SEAT es el Arona, y el de Hyundai el Kona eléctrico.