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‘Nuestra vida en la Borgoña’: al compás de las estaciones

El filme relaciona familia y enología

‘Nuestra vida en la Borgoña’: al compás de las estacionesFoto: GOLEM

hASTA la región de Borgoña, rodeado de viñedos, se trasladó el cineasta Cédric Klapisch para rodar su último largometraje, Nuestra vida en la Borgoña, donde precisamente el vino se convierte en un protagonista más.

El director y guionista francés desvela que se trata de un proyecto que tenía en el cajón desde 2010, pero que por diversas circustancias no había podido llevar a cabo. Si con su anterior proyecto, Nueva vida en Nueva York, el cineasta rodaba en la gran ciudad que nunca duerme, tras finalizar este rodaje decidió acercarse al mundo rural y de la vendimia, retomando así el guion aparcado.

Se trata de la historia de Jean, quien dejó a su familia y a su Borgoña natal hace diez años. Al enterarse de la inminente muerte de su padre, Jean regresa a la tierra de su infancia y se reencuentra con su hermana, Juliette, y con su hermano, Jérémie. Su padre murió justo antes del inicio de la cosecha. En el espacio de un año, al compás de las cuatro estaciones, los tres jóvenes se recuperarán y reinventarán su fraternidad, floreciendo y madurando junto con el vino que producen.

Cédric Klapisch desvela que se familiarizó con el vino gracias a su padre, quien prácticamente “hasta hace poco, nos llevaba a Borgoña a mis hermanas y a mí para hacer catas en las bodegas”. Por ello, el director francés asocia el vino con la idea de la transmisión. “Sabía por intuición que si quería hacer una película sobre el vino era porque quería hablar de la familia, de lo que se hereda de los padres y lo que se transmite a los hijos”, reflexiona.

Según señala Klapisch, el filme finalmente es una historia sobre tres hermanos, en el que la relación entre ellos se fue construyendo a partir de las propios actores y su interacción entre ellos. Pio Marmaï, Ana Girardot y François Civil son los protagonistas, quienes se conocían levemente antes de rodar, pero terminando siendo prácticamente familia.

De hecho, la propia Ana Girardot reconoce que se creó “un tipo de vínculo inquebrantable que se tiene con la familia, por encima de enfados o momentos buenos”. “Pio, François, Cédric y yo fuimos a Borgoña antes del rodaje, a conocer el terreno y a conocernos entre nosotros”, comenta la actriz.

Un rodaje dividido entre cuatro

Una de las particularidades de Nuestra vida en la Borgoña fue el hecho de acoplar su rodaje a las propias estaciones del año, para reflejar los paisajes y su cambio. “Toda la película se hizo a la inversa: en lugar de decidir nosotros las fechas, fue la naturaleza la que decidió el calendario del rodaje”, desvela Klapisch. Pese a las primeras pegas del productor, finalmente se logró distribuir el rodaje en cuatro temporadas, coordinando también las agendas de los actores y equipo técnico.

El interés del director por las estaciones no era tan solo meramente paisajístico, sino que iba más allá. “La película narra la elaboración del vino durante un año, pero al mismo tiempo se cuentan 10 años de la vida de una familia de viticultores, e intento relacionar ambas cosas: narrar los ciclos de la naturaleza y las etapas en la evolución de tres individuos”, afirma Klapisch. Niños, luego adultos, que pasan a ser padres...

¿Se pueden comparar esos cambios humanos, esas etapas de la vida con las estaciones de la naturaleza? El largometraje Nuestra vida en la Borgoña muestra que sí. Eso sí, en cuanto a la embriaguez del vino, tan solo responden, entre risas, que es “un documental-ficción”.