La tercera ciudad más poblada de Italia bulle de actividad mirando de reojo al Vesubio, que ha marcado su historia. La erupción del Vesubio el 24 de agosto del año 79 después de Cristo (aunque las investigaciones más recientes apuntan a que pudo haberse producido en realidad en octubre) envolvió en ceniza Pompeya, Herculano y Estabia. El volcán se yergue como amenaza y vigía del golfo de Nápoles y alrededores. Tierra vibrante, y no solo por sus movimientos tectónicos, donde residen más de tres millones de personas.

Una de las sirenas que tentaban a Odiseo con sus cánticos cerca de la isla de Capri dio nombre al primer asentamiento como colonia griega, que acabaría fusionándose con el núcleo de Neapolis, fundado no muy lejos. Sucesivas culturas con un prolongado dominio español que ha calado en el carácter de sus gentes se asentaron en la ciudad hasta su integración en una Italia unificada en 1861 que todavía se vive con cierta desazón. Y es que un comentario no precisamente halagador ante una estatua de Garibaldi lamenta que, a su juicio, la desindustrialización del sur emprendida desde entonces se tradujera en empobrecimiento económico con un alto coste social de emigración masiva a Estados Unidos o América del Sur. "Aquí te encontrarás pocos Giuseppes como él y muchos Gennaros en honor a nuestro patrón", murmura. Sus reliquias reposan en el Duomo, que empezó a construirse en el siglo XIII. Según los creyentes, su sangre se licúa el primer domingo de mayo, el 19 de septiembre y el 16 de diciembre, en una ceremonia multitudinaria en la era pre-coronavirus.

El escultor Gian Lorenzo Bernini nació aquí en 1598. El pintor Caravaggio dejó su impronta en una época de su vida tan tenebrosa como sus cuadros, cuando huía de una condena en Roma por haber matado a un hombre en 1606€ De esa riqueza y más habla el centro histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1995 con alrededor de 300 iglesias. Aún se aprecia la distribución de la antigüedad de grandes arterias cortadas por otras calles secundarias. Una de las principales corresponde a la zona denominada Spaccanapoli, donde se encuentran las basílicas de Santa Chiara (cripta de la familia Borbón) y San Domenico Maggiore. Impulsado por Carlos de Anjou en el siglo XIII, entre los muros de este convento vivieron y estudiaron Santo Tomás de Aquino y Giordano Bruno, astrólogo, matemático y teólogo quemado en la hoguera por la Inquisición en 1600 por desafiar los preceptos de la Iglesia al defender, entre otras teorías, que la tierra gira alrededor del sol. El complejo albergó la Universidad de Nápoles y los gobernantes aragoneses lo eligieron como su lugar de eterno descanso.

En uno de los cruces secundarios se encuentra la Via San Gregorio Armeno, donde se concentra la artesanía de belenes de Navidad con delicados trabajos que pueden llegar a costar miles de euros. Desde las ofrendas a las deidades griegas en terracota a las representaciones de pesebres más rudimentarias, restringidas al principio a espacios de culto, las figuras se van actualizando con personalidades de todos los ámbitos y momentos icónicos, como el mordisco de Luis Suárez a Chiellini durante el Uruguay-Italia del Mundial de fútbol de 2014 en Brasil. No obstante, en Nápoles veneran más que nadie a su Dios Maradona, que alzó al equipo local hasta conquistar su primer campeonato de liga.

Hasta siete castillos protegían un enclave codiciado a lo largo de los siglos por su posición estratégica de puerta de entrada a la península y conquistado por griegos, romanos, bizantinos, normandos, franceses, aragoneses o austríacos: Castel Sant'Elmo, Castel Capuano, Castello dell Carmine, Castello di Nisida y Forte di Vigliena y Castel Dell'Ovo. Completa la lista el Castel Nuovo, que sirvió de cuartel general a la dinastía Anjou y de inspiración a Boccaccio para escribir el Decamerón. El arco de triunfo que enmarca dos de las cinco torres se construyó para conmemorar la entrada de Alfonso V de Aragón en 1443; en 1504 Gonzalo Fernández de Córdoba rindió la ciudad para Fernando El Católico.

Capri, glamour desde los emperadores romanos

El Castel Dell'Ovo y el Castel Nuovo están enclavados junto a la bahía, con vistas a las islas de Ischia, Procida y Capri, cuya silueta recuerda desde lejos a un cocodrilo, acostumbrada a las visitas ilustres desde tiempos inmemoriales. Y es que el emperador Augusto poseía allí una villa y su sucesor, Tiberio, amplió el complejo con una docena de construcciones (una de ellas, transformada en el siglo XIV en monasterio: la Certosa di San Giacomo) y se retiró allí. En el recorrido por las cristalinas aguas en botes que también se adentran en la popular gruta azul se divisa a lo alto la estatua que marca los vestigios de la Villa Jovis, su residencia más lujosa. El turismo se enamoró rápidamente de los farallones, desde los escritores o músicos del siglo XIX, a los yates del diseñador Valentino o Carolina de Mónaco que hoy surcan sus aguas. Para bolsillos menos pudientes, servicios de ferry atracan regularmente en el puerto de Marina Grande, en trayectos que duran dura poco más de media hora de ida y otra de vuelta.

Una vez de regreso en Nápoles conviene hacer un alto en el camino para reponer fuerzas. Variedad le sobra a la gastronomía italiana, pero se presenta ineludible probar una pizza Margherita. Así bautizada en honor de la reina Margarita de Saboya en 1889, pretendiendo representar los colores rojo, verde y blanco de la bandera italiana con tomate, mozzarella y albahaca, se puede saborear en la pizzería Brandi de la cuesta Santa Anna di Palazzo, donde se popularizó la receta supuestamente ideada por el cocinero Raffaele Esposito. Sin embargo, apuntan a que el plato con esos mismos ingredientes ya se había documentado al menos treinta años antes. Un breve camino transporta del bullicio de las calles, donde los transeúntes se detienen para mirar a un señor que pasea orgulloso a cinco perros, al café Gambrinus.

Desde 1860 se han sentado en sus señoriales salones el intelectual Gabriele D'Annunzio, la periodista Matilde Serao (en el establecimiento arrancó el proyecto del periódico Il Mattino) o Sissi. A propósito de la emperatriz de Austria, cabe reseñar que su hermana, María Sofía de Baviera, fue la última reina de las Dos Sicilias. Pasó a la posteridad como la heroína de Gaeta por su apoyo a las tropas y cuidado de los heridos durante el asedio de 1861 que allanó la adhesión a Italia.

Del establecimiento se sale a la Piazza Plebiscito, un inmenso espacio con el que comunican el palacio real, el palacio de la Prefectura, el palacio Salerno y la basílica de San Francisco de Paula, inspirada en el Panteón de Roma. La catedral de la ópera más antigua del mundo se levanta a un paso. El teatro San Carlo abrió sus puertas el 4 de noviembre de 1737 y sufrió un grave incendio en 1816. En la reconstrucción se aprovechó para ampliar un escenario en el que se han representado composiciones de Gioachino Rossini, Gaetano Donizetti y Giuseppe Verdi, entre otros, arrancando ovaciones memorables.

Caserta, el palacio de las 1.200 habitaciones

También fue iniciativa de Carlos VII el majestuoso palacio real de Caserta con una réplica del teatro de San Carlo a menor escala incluida. Sus cifras abruman: un volumen de dos millones de metros cúbicos, 1.742 ventanas y 1.200 habitaciones, con un coste aproximado de seis millones de ducados de la época que levantaron 2.700 trabajadores. El rey no llegó a ver terminado el complejo proyectado por Luigi Vanvitelli, que comenzó a erigirse en 1752, pues debió partir a España para asumir el trono como Carlos III a la muerte de su hermano, Fernando VI. El monarca deseaba emular la opulencia de otras cortes europeas para consolidar la posición de la casa Borbón al frente de Nápoles y Sicilia. Buscó para ello un emplazamiento alejado de la capital que evitara la vulnerabilidad ante posibles ataques por mar.

Y si se presentaban en la puerta siempre podía apabullar al enemigo a base del efecto sorpresa. Les impresionarían la magnífica escalera al cruzar la puerta de entrada y escuchar música sin que pudieran visualizar a la orquesta. La teatralidad barroca en estado puro con el ingenio de camuflarla en un habitáculo cerca de la cúpula. Por esa misma escalinata descendía la reina Amidala con su comitiva en las películas 'La amenaza fantasma' y 'El ataque de los clones' (George Lucas, 1999 y 2002), los dos primeros episodios de La guerra de las galaxias, así como Misión Imposible: protocolo fantasma (J.J. Abrams, 2006) y las adaptaciones cinematográficas de 'El código Da Vinci' y 'Ángeles y demonios' (Ron Howard, 2006 y 2009).

El paralelismo con el palacio de Versalles se pone de manifiesto en la capilla, muy perjudicada por los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. En el palacio real de Caserta fue rubricada la rendición de Alemania a Italia el 27 de abril de 1945 después de su ocupación por fuerzas aliadas. Otro episodio que el edificio ha presenciado, junto con la breve república de 1799, la conquista por parte de Napoleón en 1806 y la entrega de la corona a su hermano José, que repetiría la trayectoria a España como había hecho Carlos III. El reino de las Dos Sicilias supuso la última fase hasta la independencia italiana. Por encima de los vaivenes políticos y sociales cultivaban la tradición navideña con belenes como el que se puede admirar en una de las galerías. Curiosidad: busquen el plato de espaguetis entre las figuras.

En el exterior se puede alquilar una bicicleta, o un coche de caballos para quienes deseen sentirse como reyes, para abarcar mejor las 120 hectáreas de finca ornamentada con seis grandes fuentes (que iban a ser diecinueve) o una cascada que se sirve de la pendiente vertical. Al complejo no le faltan ni una pequeña fortaleza del siglo XVI reconstruida ni un acueducto de 38 kilómetros para garantizar el suministro de agua.

Pompeya, la ciudad desenterrada

Una noticia impactante se reflejó en el estilo de delicadas pinturas de algunas estancias y un templete ubicado en el jardín del palacio real de Caserta: el hallazgo de la ciudad romana de Pompeya, sepultada bajo la erupción del volcán Vesubio en el año 79 después de Cristo, que constituye otra de las excursiones típicas desde Nápoles.

Merece la pena madrugar para acceder a primera hora y recrearse en los detalles sin aglomeraciones. Desde que salieran a la luz los vestigios en excavaciones impulsadas por Carlos VII (III de España), se ha recuperado el 60% del yacimiento, así que restan muchos datos por desvelar de la próspera urbe de unos 15.000 habitantes en el momento de la catástrofe donde numerosas familias acaudaladas poseían sus segundas residencias.

Varios terremotos ya habían avisado del peligro antes del gran estallido. Plinio el Joven describe en una carta "una nube de un tamaño y forma muy inusuales (...) se parecía a un pino, pues se iba acortando con la altura de un tronco muy alto extendiéndose en la copa a modo de ramas (...) Parecía ora clara y brillante, ora oscura y moteada, según estuviera más o menos impregnada de tierra y ceniza. Este fenómeno le pareció extraordinario a un hombre de la educación y cultura de mi tío, por lo que decidió acercarse más para poder examinarlo mejor". Se refiere a Plinio el Viejo, que desplazó a la ciudad de Estabia y allí perdió la vida, sin poder escapar a tiempo. La columna se elevó hasta los treinta kilómetros de alto. El volcán expulsó piedra pómez, ceniza y gases la noche en que se adueñó de Pompeya. Al contrario de lo que se pensaba, estudios promovidos por el Observatorio Vesubiano, la Universidad Federico II de Nápoles y varios biólogos concluyen que los alrededor de 5.000 fallecimientos no se produjeron por asfixia, sino al entrar en contacto con materiales de entre 300 y 600 grados de temperatura que emanaban de la montaña.

En torno a los cadáveres se había formado una capa de ceniza, barro y otros materiales que, con la descomposición, generó un vacío. Y es aquí donde entró en juego la ingeniosa técnica que aplicó en el siglo XIX el entonces director de las excavaciones, Giuseppe Fiorelli. Rellenó los cuerpos de yeso y al retirar la arcilla descubrió las caras de horror y sorpresa que humanizan la tragedia. Así se han podido preservar en torno a cien cuerpos: un esclavo todavía con los grilletes atados a sus tobillos, un bebé, gladiadores, un perro con las patas retorcidas€ que estremecen al observador. Invade cierto sentimiento de culpa por ser testigos tan directamente de un trance tan íntimo como la muerte.

En las calles de Pompeya se observa la huella de los carros. Los edificios se alinean a ambos lados hasta desembocar en los centros más importantes para el discurrir de la vida cotidiana. Al foro se accedía por un arco que debió de cubrir el mármol. El espacio se organizaba en torno a un templo dedicado a los dioses Júpiter, Juno y Minerva situado cerca de un mercado a cubierto de carne y pescado, o dependencias administrativas, políticas y comerciales. Solo rompe el encanto un Telepizza acondicionado en un edificio de ladrillo que se mimetiza con el entorno.

Los turistas se sonrojan al reparar en que en el suelo se reconoce la forma del miembro masculino. No dudan en rociarlo con agua para asegurarse. Puede que oriente hacia el lupanar, con sus representaciones gráficas de posturas sexuales, como si de un menú a la carta se tratara. De piedra también las camas, que sorprenden por su pequeño tamaño. Pero, claro, no las empleaban precisamente para dormir€ En cambio, los propietarios de la Villa Dei Misteri o la Casa de los Vetii exhibían todo su poderío monetario y artístico. En la Casa del Fauno se halló el mosaico compuesto por más de un millón de teselas de la batalla de Issos, que Alejandro Magno libró contra el rey persa Darío en el año 333 Antes de Cristo. Pompeya acaparó los focos, pero también sucumbieron ante el volcán las poblaciones de Herculano y Estabia.

Su última erupción se remonta a 1944 y no es el único fenómeno que deben vigilar en el área metropolitana de Nápoles. La descomunal caldera volcánica de los campos flégreos (ardientes), parte de cuya superficie está sumergida bajo el agua, también está monitorizada. Una de sus explosiones se considera la más potente de Europa en los últimos 200.000 años, la más reciente se registró entre el 29 de septiembre y el 6 de octubre de 1538. En su radio de acción se encuentra la ciudad de Bayas, destino de ocio de la aristocracia romana, hoy ahogada en la bahía. Las subidas y bajadas del nivel del mar se constatan, además, en las conchas fosilizadas en los restos romanos de Pozzuoli. Un recordatorio permanente de que el ser humano poco puede hacer frente a las fuerzas de la naturaleza. Por eso, quizás en Nápoles exprimen cada día con vitalidad como si fuera el último.

Para saber más: visitas complementarias

Para saber más: visitas complementarias

Museo de Capodimonte. Promovido por Carlos de Borbón para custodiar allí la colección de su madre, Isabel de Farnesio, entre las que se contaban cuadros de Miguel Ángel, Rafael o Tiziano, los fondos se fueron enriqueciendo con valiosos tapices o porcelanas (que tendría allí uno de sus principales fábricas) Durante la dominación francesa de principios del siglo XIX adquirió relevancia como residencia real. Horarios:Cerrado los miércoles. Primer piso, donde se encuentran la galería Farnese, la galería de curiosidades, la galería de porcelanas, la armería de los gobernantes Borbón y exposiciones temporales. Abierto entre las 8.30 y las 19.30 horas. Segundo y tercer piso, donde se pueden admirar la galería napolitana desde el siglo XIII hasta el Barroco, la colección de arte contemporáneo y exposiciones temporales.

Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. Sede de la Universidad a principios del siglo XVII, en él se pueden admirar muchos de los tesoros hallados en las excavaciones de las ciudades romanas de Pompeya, Herculano y Estabia, arrasadas por la erupción del Vesubio en el año 79 después de Cristo, destacando la colección de mosaicos entre la que figura la batalla de Issos. También se exhiben esculturas procedentes de las termas romanas de Caracalla, como el Hércules y el toro Farnesio, herencia Isabel de Farnesio y el curioso gabinete secreto de artículos eróticos, cerrado al público general hasta el año 2000. Horarios: Debido al coronavirus, la entrada ha de adquirirse por vía digital, en la página web del museo o por teléfono. El servicio está activo de lunes a sábado de 10.00 a 15.00 horas en el 848 800 288 o el número +39 06 399 67 050 desde teléfonos móviles y para llamadas efectuadas desde el extranjero.