L recinto ferial de París cultiva en su azotea una solución alternativa a la agricultura industrial: un huerto de 14.000 metros cuadrados y vistas a la Torre Eiffel, que cuando esté plenamente operativo será el mayor de su género en toda Europa.

Tomates, fresas o plantas aromáticas crecen ya en esa superficie equivalente a dos campos de fútbol e instalada a finales de junio por las empresas Agripolis y Cultures en Ville, que ha ocupado de momento un tercio del total y prevé estar finalizada en dos años.

El pabellón número seis del Parque de Exposiciones es su particular terreno de trabajo y los primeros frutos de ese esfuerzo se distribuyen actualmente en restaurantes y hoteles de la zona, ubicada en el suroeste de la capital francesa.

“Somos más baratos que lo biológico y más caros que lo convencional porque estamos en espacios más reducidos que la agricultura industrial, no podemos mecanizar y hay mucha mano de obra, pero también tenemos más calidad”, explica el fundador de Agripolis, Pascal Hardy.

Pascal Hardy, fundador de una de las empresas que construye el huerto, mirando las verduras. Fotos: Efe

Este ingeniero agrónomo parisino de 57 años ve este huerto urbano como un escaparate del potencial de estos cultivos alternativos, que proponen, a su juicio, un nuevo modelo productivo local y sano, sin pesticidas ni productos químicos.

El paisaje resultante es una cuadrícula impoluta de frutas, verduras u hortalizas que no desperdicia agua ni nutrientes y pone una nota de color entre la inmensidad grisácea del resto de tejados parisinos.

Un modelo con potencial

La agricultura urbana no es un fenómeno reciente. Entre las dos guerras mundiales, según recuerda Nature Urbaine, el patio del Louvre estaba plantado de puerros e incluso se criaban gallinas en los señoriales balcones haussmanianos de la ciudad.

En París hay actualmente unos treinta huertos urbanos, pero el taller parisino de urbanismo APUR calcula que existen 320 hectáreas potencialmente vegetalizables que podrían producir 32.000 toneladas de verduras al año, una cantidad suficiente para alimentar a 230.000 parisinos.

En Nature Urbaine son conscientes de las limitaciones: “Nuestra idea no es reproducir la agricultura industrial en la ciudad, sino encontrar un modelo más virtuoso, saludable y sin pesticidas, que disminuya drásticamente los kilómetros alimentarios”, dice Hardy.

El huerto del pabellón parisino cuenta de momento con seis trabajadores. Disfrutan de un acceso diario al recinto, haya o no ferias, y cuando todo el espacio esté habilitado esperan aumentar el equipo a veinte.

Su experiencia ayuda además a los vecinos, que por 320 euros al año pueden alquilar una parcela de un metro cuadrado, esta vez con tierra y hasta un total de 135, para cultivar sus propias verduras en ese espacio privilegiado, a 15 metros del suelo.

“Intentamos proponer algo diferente”, resume Hardy, que confía en exportar el modelo a otros sitios y a todo aquel que, en su casa, tenga azotea disponible y ganas de sumarse a una tendencia que devuelve parte de la naturaleza a la ciudad.