Esta semana, Bill Gates ha vuelto a protagonizar la actualidad porque se ha hecho público que ya no arranca el software que encendía la pantalla de su relación con su esposa Melinda. “A mí ya no se me hacían los dedos huéspedes en su teclado y ella había dejado de mostrar interés por mi ratón. El hardware es así”, ha reconocido Bill. Por hacer un símil, William Henry Gates III, Bill para los amigos, es el Amancio Ortega norteamericano. El tipo que, mientras que uno escribe esto gracias a uno de sus sistemas operativos y usted lo lee seguramente a través de otros de sus chismes, gana dinero. El hombre que inventó el Zara de la informática. Ahí es nada. Acertó a entender que donde residía la plata no era en fabricar el ordenador personal y sus trastos, sino en patentar aquello invisible que hace que el aparato funcione: el sistema operativo, el famoso Windows. Esa visión de futuro le ha enterrado en billetes de mil dólares.Buenos días, míster Gates. Muy agradecidos por su tiempo. ¿Qué tal se encuentra?

—El tiempo es bit-coin, amigo. Me encuentro en una fase de transición hacia la edad madura. Quiero decirles a todos los prejubilados como yo que se anden con ojo que, como dice el refrán, cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por las windows. Lo he aprendido en mi propia carne: desde que me jubilé hace unos años he pasado de ganar miles de millones de dólares al año a solo cientos de millones. Y eso es la pobreza del multimillonario. Ya no puedo llamar “pringado” a un jeque saudí. Resulta demoledor para una pareja acostumbrada a ser multimillonaria. Desgasta mucho la relación.

Durísimo. Ha coincidido, además, con esa campaña que le acusa a usted de introducir chips para controlar a las personas junto con la vacuna contra el coronavirus.

—Esa campaña la empezó mi cuñado. Ya sabes cómo son los cuñados. Y luego la siguieron intelectuales del nivel de Miguel Bosé, Victoria Abril y Donald Trump o Jair Bolsonaro; y otros personajes mundialmente conocidos por sus investigaciones médicas. Jajajaaaaa. Perdona. Vamos a ver, Melinda y yo nos vacunamos. ¿Crees que si metiera chips controladores en la gente a la vez que la vacuna no estaría ahora aquí Melinda trayéndonos unas limonadas? Que sepan los conspiracionistas-negacionistas que Melinda se encuentra estos días en las Seychelles disfrutando de un intensivo de ajedrez con su profesor particular. Me presentó a ese instructor hace unas semanas, un finlandés de treinta y cinco años, metro noventa y bíceps como jamones de Joselito. ¿Pero este hombre ya sabe inglés?, le pregunté. Y me respondió: ni papa, solo habla suomi, pero así es mucho mejor. Ahora lo entiendo todo.

Esta situación, ¿ha afectado a su conocida filantropía?

—No vayas por ahí, no, no. Cada uno tiene su vida sexual, sus aficiones y gustos y, mientras se trate de prácticas de mutuo acuerdo y consentidas entre personas o animales adultos, forman parte de la esfera privada de cada cual. Sin comentarios.

Disculpe, pero con filantropía me refiero a sus labores desinteresadas a favor de la Humanidad, sus cuantiosas donaciones a causas benéficas, etc.

—¡Anda lío! Perdona. Es que uso el traductor simultáneo de Windows y, a veces, falla. Qué guasa. Oye, que me ha traducido esa palabra, filantropía, por la afición a montártelo con... Bueno, sin detalles.

A lo que iba, ¿sigue siendo usted filántropo?

—Todos los martes y los jueves, hasta perder el conocimiento. Eh... No. Joder, otra vez me lo ha traducido mal. Si me preguntas por la beneficencia, voy a seguir comprometido a tope, que además, desgrava. Lo único que voy a cambiar es el nombre del instrumento a través del que realizo las donaciones. Hasta ahora se denominaba Fundación del matrimonio Gates; desde la semana que viene será Fundación del guay Bill Gates y la mala pécora de Melinda. Eso sí, sin ánimo de revancha. Nuestros nombres permanecerán vinculados en la fundación para que todo el mundo sepa que a mí el divorcio no me ha molestado ni un poquito.

Ha quedado clarísimo. Una última pregunta. Usted se apellida Gates (Puertas) pero el sistema operativo con el que triunfó se denomina Windows (Ventanas). ¿A qué se debe este juego de palabras?

—Fueron cosas de Melinda. Le hacía mucha gracia cuando alguien hablaba de las Ventanas de Puertas. “Parece que te dedicas a la carpintería industrial, cari. Es muy divertido”, solía comentarme. También fue ella la que le puso el nombre a mi empresa: Microsoft (Micro-blando). Mmmmm.