ESTE pasado 8 de octubre, la Organización Mundial de la Salud celebró el Día Mundial de la Visión. El objetivo de estas conmemoraciones no es otro que sensibilizar a la sociedad alrededor de la importancia en la prevención y tratamiento de la pérdida de visión. Según datos de esta organización, cerca de 650 millones de personas están bajo la amenaza de quedarse ciegas. Y la tendencia no parece mostrar mejora; para 2050 se estima que la cifra pueda llegar a los 1.000 millones.

El profesor Scott Read, de la Queensland University of Technology, dice que podríamos considerar la miopía como otra pandemia (ahora que el término está tristemente de moda). En países como Singapur o Hong Kong, alcanza entre el 80 y el 90% de los jóvenes (os sonará esa imagen de asiáticos con gafas). Y es que una mala vista es más perjudicial de lo que puede parecer a priori. Según el Libro Blanco de la Visión en España (publicado en 2018), se producen tres veces más accidentes de tráfico entre conductores con algún problema de visión que entre aquellos que no tienen ninguno. El estrés visual produce peores rendimientos escolares entre los niños y las niñas.

Seis de cada diez jóvenes españoles de entre 17 y 27 años son miopes. Uno de los datos que he leído que más preocupado me ha dejado es que las nuevas generaciones, en términos comparados a las previas a su misma edad, son más miopes y desde edades más tempranas. Y ahí es donde la era digital pudiera estar jugando su papel. El conocido como Síndrome Visual Informático (SVI) se produce cuando los ojos trabajan con más intensidad delante de una pantalla que frente a la página de un libro (por ejemplo). Son situaciones cotidianas sobre las que no nos detenemos, pero que se dan cuando los caracteres tienen un tipo de letra que fatiga la mirada, tenemos poco contraste, hay deslumbramientos y reflejos en la pantalla, etc. Según algunos estudios, afecta alrededor de al 90% de las personas que utilizan el ordenador al menos tres horas seguidas al día. Cuando nos pasamos largas horas delante de la pantalla, las diferentes distancias de enfoque (pantalla - móvil - persona - objeto lejano), nos fatigan más.

Es decir, cuando tenemos que ir cambiando esas distancias con la mirada, se produce una carga en los músculos del ojo.

Lógicamente, este tema me parece especialmente relevante ante este famoso oxímoron de la "nueva normalidad". Se está hablando mucho de todas las virtudes que ha traído el teletrabajo (menos estrés al no desplazarnos a diario al puesto de trabajo, mejor conciliación, evitar desplazamientos para cuidar del medioambiente, etc.). Pero hemos hablado bastante menos de los efectos que pudiera provocar entre nosotros esta situación de manera prolongada. Evidentemente no voy a ser yo el que enjuicie los beneficios de estas tecnologías, pero sí al menos el que plantee las cosas que a cambio sacrificamos.

Es pronto para tener estudios que nos digan qué impacto está teniendo esto. La vida sedentaria que ya teníamos (nuevamente, en comparación a épocas anteriores), había provocado en 2018 los datos entre los jóvenes que citaba antes. Ahora, la vida será más sedentaria aún. Ante un menor movimiento, más alternativas digitales buscamos para conseguir esa inherente relación social que tenemos en nuestro día a día. Y esto, que ya me preocupa a nivel laboral para los que nos pasamos unas cuantas horas delante de la pantalla, también afecta a los niños y niñas. Sobre todo, por lo que las edades tempranas acaban condicionando posteriormente. Los expertos recomiendan menos de una hora de pantalla al día para niños entre 2 y 5 años. De los 5 a los 17 años, menos de dos horas. Además de los efectos anteriormente señalados (los directos por los efectos de la pantalla en los ojos), también destacan factores de salud físicos, sociales y de desarrollo cognitivo. Podemos considerar éstos como factores indirectos. Pero son efectos.