Hace La pianola, obra de de Kurt Vonnegut publicada en 1952, describe una distopía en el que las máquinas han conquistado el trabajo de los humanos. Fue una novela que generó mucha reflexión en su día. La sociedad se preocupó porque la distopía se convirtiera en realidad. Sin embargo, después vino una época dorada para el mundo del trabajo; la clase media creció rápidamente, y los salarios también. Las máquinas ayudaron a que las empresas fueran más robustas. Los trabajadores aprendieron a manejarlas y a aportar valor a partir de su interacción con los robots.

Se ha escrito mucho en los últimos años sobre el impacto que tendrá la robotización. La Federación de Robótica Internacional calcula que partiendo de los dos millones de robots que había en 2017, el número irá aumentando a ritmos del 15-16% cada año. Por ello, quizás hayan escuchado algunas cifras que les habrá dejado preocupados. Frey y Osborne, en 2017, publicaron que hasta un 47% del total de los empleos en USA pudieran ser automatizados. Graetz y Michaels, en 2018, explicaron cómo un mayor despliegue de robots traía ganancias en productividad, un aumento de los salarios y prácticamente ningún efecto en el empleo neto. Este último punto fue también citado por Dauth y otros en 2018 para explicar cómo no habría modificación negativa de la cantidad de empleos, pero sí en su composición -menos empleos de fabricación y más de prestación de servicios-.

Siempre que he leído sobre estos datos, me he preguntado sobre lo que ocurre empresa a empresa. Básicamente, porque no todas tienen la misma facilidad de adopción de robots en sus cadenas de valor. Los investigadores Koch, Manuylov y Smolka, en un reciente artículo científico titulado Robots y empresas, han tratado de aportar algo de luz en ello. Lo han hecho con una base de datos de 1.900 empresas industriales de España, por ser éste un país con una de las densidades de robots por persona más alta. Se trata de empresas que entre 1990 y 2016 desplegaron robots en sus plantas, y fueron midiendo cómo les afectaba a nivel de productividad y empleo. Las conclusiones parecen claras: aquellas empresas que tomaron la decisión de ir robotizando ciertas tareas en sus empresas, escalaron sus operaciones, ganaron en productividad y generaron empleo. Aquellas que no lo hicieron, justo lo contrario.

Más allá de estos titulares se enconden algunos datos adicionales. En primer lugar, el efecto tamaño. Las empresas más grandes son las primeras en adoptar robots. Y, por lo tanto, las primeras en beneficiarse de ello. Se internacionalizan más rápido -los robots estandarizan y permiten crecer rápido- y compiten mejor. Esto tiene sentido. Pero nos recuerda que como muchas otras tecnologías, aumentan las desigualdades ya existentes. Democratizar el acceso a la robótica creo que es un punto a fomentar en los próximos años. Especialmente, desde el ámbito público. Básicamente porque muchas de estas empresas de diferente tamaño compiten en el mismo sector. Y aquí sí que se produce un juego de suma cero: lo que una gana, la otra lo pierde. Por lo tanto, desde un punto de vista de competencia, entiendo que es importante velar por la existencia de todo tipo de empresas. Esto último es cierto salvo en las empresas donde se requieren habilidades cognitivas más importantes. Aquellas tareas que son difícilmente sustituibles por robots no han desplegado robots. Los humanos seguimos ganando. Parece que este monopolio cognitivo nos puede durar aún un tiempo.

Lo que parece claro es que no podemos seguir cayendo en generalidades sobre la implantación de los robots y su aparente destrucción de empleo. Ya hay bastantes investigaciones detalladasque nos debieran permitir hablar de políticas públicas futuras. Espero esto sea lo que veamos en los próximos años. Estamos hablando de nuestro trabajo y de nuestra competitividad como sociedad en un mundo global y conectado. El determinismo tecnológico puede no existir. Depende, quizás, de las políticas públicas que aborden las desigualdades que pudieran aparecer.