Freixas ha querido contar cómo los mundos perfectos tienen techos y paredes de cristal que pueden romperse con facilidad y poner patas arriba la vida de una comunidad. Es lo que cuenta en su nuevo trabajo, que Movistar + estrenará ya el año entrante.

Todos mienten es una serie donde no nos podemos creer nada de lo que vamos a ver, ¿no?

-El relato cuenta la historia de un lugar idílico, una zona residencial costera, y de la gente que vive allí, que lo tiene todo. Son familias perfectas, trabajos exitosos y hay dinero, pero sale a la luz un vídeo en el que aparece una profesora con un alumno, y...

Y el morbo está servido.

-Ja, ja, ja… Ese es el detonante de una historia que tiene mucho más. La profesora mantiene una relación con un chico de 18 años que es hijo de una amiga suya. A partir de ese vídeo sexual que aparece en las redes se desencadena una crítica social y moral del entorno de ella y de él. Pone en una situación muy comprometida a su trabajo, su familia, sus amigos...

Y el vídeo se convierte en una ficha de dominó, supongo.

-Exacto. El entorno de los cuatro matrimonios amigos, entre cuyos miembros están la madre del joven y la profesora, explosiona y van apareciendo una serie de secretos que convulsionarán la vida de ese lugar tan idílico, pero donde todo es mentira.

¿Hipocresía?

-Sí, y todo se descubre cuando empiezan a saltar los secretos que todos esconden. Es una serie de género donde también hay un muerto. Entonces empiezan a aparecer las sospechas de unos hacia otros. Creo que esta va a ser una serie para consumirla en plan adictivo, porque hay un género que provoca el enganche. Es la vida de cuatro mujeres que habían vivido la fantasía de la existencia que siempre habían querido, pero llega a un momento dado y se plantean si están cumpliendo sus sueños.

En el fondo, todos vivimos en una jaula de cristal que nosotros mismos nos construimos.

-Y esas jaulas son las que se rompen en esta historia. Esas jaulas representan en parte lo que un día quisimos, o lo que la sociedad nos ha dicho que era lo perfecto. Significan que en un momento nos sentimos atrapados, pero con miedo a romper ese cristal porque supone volver a empezar de cero. Básicamente Todos mienten es esto, es querer romper ese mundo que nos hemos construido y afrontar los miedos que padecemos al sentir que no tenemos una protección que nos dé cobijo.

¿Y todos mentimos?

-Sí. No digo que siempre lo hagamos, pero en pequeños momentos sí que lo hacemos. Las mentiras no son siempre los secretos que esconde esa gente de una forma literal, sino esas mentiras que nos decimos a nosotros mismos para no enfrentarnos a nuestros miedos. La mentira nos acompaña siempre, aunque a veces sea una mentira piadosa.

¿Existe la mentira piadosa?

-Sí, claro, es esa mentira que utilizamos para no hacernos daño a nosotros mismos, para que nuestro mundo no se derrumbe, o para no hacer daño a los demás. Mentimos cuando intentamos proyectar una imagen que no es la real. Eso también es muy humano. En Todos mienten veremos todas las versiones de la mentira en diferentes personajes.

¿Es una serie de retratos de personajes?

-Ese fue el motivo por el que escribí esta historia, para que el espectador participe en ella y quiera saber quién ha sido el que ha cometido un crimen, por qué lo ha hecho, qué se esconde detrás de cada uno de los personajes… Esa es la parte esencial de cualquier trama de suspense.

¿Cómo se le ocurrió ahondar en una serie de mentiras y vidas cuestionadas?

-Tenía ganas de hacer otra serie de suspense tipo Sé quién eres, pero en esa los personajes eran más cerebrales y me apetecía hacer algo más emocional, que no hubiera grandes estrategias ni planes maestros. Quería que fueran los personajes, a través de las emociones, quienes te llevaran por una dirección. Hace dos años, estando en Formentera de vacaciones con Eva [Santolaria], mi pareja, estuve dándole vueltas a lo del vídeo sexual. Pienso que ese detonante es una buena excusa que permite retratar la indignación de la madre del chaval, pero otra de las mujeres puede pensar que no es para tanto… ¿Qué me permite a mí? Empezar la primera parte de la serie con un poco de ligereza y cotilleo.

¿Para después llegar al asesinato?

-La aparición del muerto es otro detonante, pero también está poder revelar cómo esas vidas están llenas de secretos y mentiras que cuando se van descubriendo han contaminado ya la vida de muchas personas.

Belmonte es el escenario de su trama. ¿Tiene alguna ubicación concreta?

-No se puede localizar en un sitio concreto. Para mí, la gracia está en que lo situemos en nuestras cabezas, que sea un mundo perfecto y maravilloso para recrear el juego de las apariencias, y cuando aparentemente todo funciona, todo encaja, es muy complicado romper ese mundo de dichas y felicidades. Creernos que lo perfecto es lo bonito, lo bueno, pero que surjan las dudas es lo que pretendía. El mundo de Belmonte es asfixiante. El bar, el colegio, el trabajo... Todo es allí y todo es redundante. Creo que Todos mienten no deja de ser una metáfora de nuestras vidas.

Elige un lugar pequeño, no una gran ciudad, luego siempre resultará más asfixiante.

-Es igual. Aunque vivas en una gran ciudad, siempre te relacionas con la misma gente, vas en el mismo autobús y te tomas el café o la cerveza en el mismo lugar. Lo que quería es que Belmonte fuera la idealización de lo que siempre hemos querido, pero cuando lo tenemos, ¿qué pasa entonces?

Lleva usted veinte años ya contando historias en cine y televisión.

-Y me parece que fue ayer cuando empecé. A lo largo de este tiempo he ido acumulando experiencias, tengo 47 años y todo lo que he hecho me ha parecido una suerte increíble. Que te permitan contar tus historias es lo mejor que puede pasar.

¿Ha cumplido sus objetivos?

-Empecé en esto como quien huye. De pequeño decía: Quiero ser director de cine. No era más que una evasión del mundo en el que vivía. No me adaptaba bien al cole, aunque no tenía conflictos; es que era un niño muy introvertido. Fue una carrera hacia delante que me planteé con una peli que hice, Cámara oscura, que inauguró un festival de Sitges. Era una historia de terror para adolescentes y pensé: ¿Qué estoy haciendo? Yo no soy esto que cuento. Me di cuenta de que la ficción podía servir para contar mis cosas cuando ya tenía 30 años. Creo que sigo corriendo para explicar mis sensaciones, cómo veo el mundo. He aprendido, entre comillas, a psicoanalizarme con los proyectos que hago.

¿Un recorrido duro?

-No diría tanto. ¿He cumplido objetivos? En lo profesional, muy por encima de lo que podía fantasear. A veces estoy en rodaje y pienso mirando a los equipos: Joder, toda esta gente está ahí contando la historia que yo he imaginado. Soy un hombre al que le ha tratado bien la vida. Estoy casado, tengo dos hijos y soy más feliz ahora que cuando tenía 25 años.

Eva Santolaria, su mujer, pertenece también al mundo de la ficción.

-Compartimos la pasión por la forma de relatar historias. Esta profesión la vives con mucha intensidad, y poderla compartir con tu pareja es media vida. Eva es mi mejor editora, y en todas las series que he hecho quien me ha ayudado